Después de aquello, nuestra relación comenzó a ser menos sospechosa.
Actuábamos con más normalidad y los rumores se disiparon como el humo.
No recuerdo haber visto nunca a Jessica sonreír mientras estábamos en la
escuela secundaria.
Fue extraño acostumbrarme a esa nueva mujer cuando, normalmente, su carácter borde y frío acababa incluso con mi paciencia. Es cierto, a veces peleábamos y aunque sabía que yo no tenía razón, mi orgullo me obligaba a seguir insistiendo. “Ven, te frotaré la espalda”. Sonreí coquetamente y me deshice de la toalla que envolvía mi cuerpo. Me metí en la bañera, ella ya estaba allí. Sus manos pronto se apoderaron de mi cuerpo y empezó a arañarme la piel de forma lenta y placentera. Los jadeos salían de mis labios, pero por desgracia solo podía hacer eso, jadear.
Las paredes parecían de papel y el baño era amplio, por lo que soltar un gemido fuerte haría que nuestras compañeras de clase vecinas se enterasen de algo que no les incumbía.
Ya habíamos terminado la universidad, pero seguimos en esa habitación durante dos meses extra.
“Déjame disfrutar un poco más de la tranquilidad contigo. Desearía empezar una nueva carrera solo para no volver a casa”. Me apiadé de ella, ¿cómo podía ser tan hermosa y a la vez tan frágil? Esa combinación que normalmente aparecía en los libros románticos era la verdadera figura de Jessica. Esa princesa de hielo que perdió el amor de sus padres justo cuando yo nací…
A veces me pregunto si ella se volvió homosexual solo para mostrarse rebelde.
…qué tontería.
Tragué saliva, sus manos acariciaban mis nalgas, las apretaban, las
masajeaban. Mi trasero era mi punto débil, sobre todo cuando se atrevía a
tocarme profundamente por allí.
La primera vez me dio vergüenza.
¿Oh vamos, a quién no le daría vergüenza probar el sexo anal? Y encima con tu hermana.
En realidad, agradecía que
fuera así de directa en la cama, pidiéndome lo que quería y lo que ella
deseaba. Me mordí el labio inferior, ya estaba adentro.
Me tapé la boca rápidamente, sus dedos encajaban en mí a la perfección, fuera
por delante o por detrás.
Me había vuelto una pervertida… y lo disfrutaba. Si, lo disfrutaba mucho.
Iba a echar de menos esas tardes en la bañera juntas, esas noches sonriendo
entre almohadas y toqueteos, esas mañanas perezosas en las que nos ganaba el
sueño,… Suspiré al irme a dormir, no quería que eso se acabara.
Era una vida perfecta, la vida que yo siempre soñé. Una vida tranquila, relajada, sin preocupaciones, haciendo lo que más quería y cuando quería. Pero no todos los cuentos de hadas duran lo mismo. A pesar de que la mayoría terminan con un “y vivieron felices para siempre” esa es la mentira más grande que se le puede contar a un niño pequeño. ¿Cómo que para siempre? Si claro, sin problemas matrimoniales o de hijos, sin problemas económicos o de familia,… Mentiras y más mentiras hacen del ser humano lo que muchos son ahora: mentirosos compulsivos por culpa de un maldito libro o una maldita película infantil.
¿Por qué he estado pensando en todo esto ahora?
Mientras Jessica hablaba mi vida con ella pasó por delante. Nuestro primer viaje a París, mi sorpresa para ella al cumplir trece años, nuestras escapadas juntas en el árbol del lago, nuestras travesuras en la escuela, mis lágrimas escondidas de su vista al escuchar como nuestros padres la regañaban, el miedo a perderla, el accidente, sus dos relaciones, su cambio de actitud, el abandono hacia Sooyoung, Amber y las matonas, el primer día de universidad, la primera vez que hicimos el amor,…
La lista no acababa nunca.
Sentí que mis ojos se humedecían, no podía ser que mi corazón siguiera
debatiéndose entre ella o Seungyoon. Por Dios, estaba a un paso de elegir a uno
de los dos, ¿qué debía hacer?
Me mordí el labio y seguí escuchándola.
Su melódica voz estaba
taladrando mi cerebro de forma tortuosamente dulce. Tenía a la mujer que tan
feliz me había hecho despidiéndose de mí, frente a todos. Mis padres lo agradecían,
pero… y yo? ¿Qué había de mí?
¿Seungyoon era el hombre de mi vida? ¿Es más, acaso me gustaban los hombres? Yo
nunca tuve un noviazgo, simplemente acepté porque me pareció gracioso, sin
pensar nada.
Oh claro, a nuestros padres les parecía lo mejor del mundo. Una hija normal.
Apreté ambas manos en puño, estrujando los tallos del ramo de flores, notando como estos crujían silenciosamente entre los pliegues de mis guantes blancos que llegaban hasta el codo. Mis dedos temblaron y sentí la humedad de las plantas filtrarse entre las fibras de los guantes.
¿Cuánto rato llevaba Jessica torturándose de esa manera? Aunque sonara cruel, quería verla llorar, que se mostrara débil ante todos y estos se apiadasen de ella. No le quedaba bien ser fría y dura, yo sabía que en realidad, en su interior, esa niña poco querida por sus padres estaba llorando casi a moco tendido. La veía, podía imaginarme esa pequeña castaña frotándose los ojos sin parar, gritando y chillando, golpeando con sus talones descalzos las baldosas del suelo. Su rostro enrojecido y los ojos del mismo color mostraban el alma frágil, y sus labios fruncidos que se abrían para soltar grandes sollozos podían romper el alma a cualquiera.
Cuando oía llorar a Jessica, mis tímpanos cedían, para que doliera incluso más.
Suspiré de nuevo y Seungyoon me miró. Lo miré y le sonreí con los ojos
brillantes, húmedos. Me sonrió de la misma forma, supongo que creía que ese par
de ojos oscuros lo miraban de esa forma por la emoción.
Me dolía por él, porque estaba colgando de un hilo al igual que Jessica.
Yo solo tenía fuerza para levantar a uno; el otro iba a caer. ¿Pero a quién
debía abandonar y a quién debía salvar? Estaba entre la espada y la pared.
Nunca me imaginé dentro de un triángulo amoroso.
“También quiero agradecer a nuestros padres, que engendraron a esta hermosa
mujer que hoy se casa frente a todos nosotros con este maravilloso hombre”. Mi
mano apretó la de mi futuro marido automáticamente.
Si me pinchasen para buscarme sangre, no encontrarían nada. ¿Eso le dolía?
¡Pues claro que le dolía! Por Dios Jessica deja de ser así… No puedo
más. Su figura metida en ese elegante vestido rojo hizo que me la imaginara
como una rosa que se marchitaba poco a poco. Una rosa que, por falta de valor o
de amor, creció sin espinas, volviéndose vulnerable.
La gente apretó su tallo, la volvió frágil e inestable. Falsamente se volvió
fría, esa era su autodefensa, sus espinas imaginarias.
¿Y los pétalos? Creo que pocos le quedaban ya…
“Quiero que Soojung sea la mujer más feliz del mundo, ¿lo harás?”. Mi
hermana se dirigió a Seungyoon. Lo miró fríamente, de forma desafiante.
“Disculpe señorita, creo que eso debo decirlo yo”, el sacerdote le tocó
suavemente el hombro y Jessica sonrió con ternura, asintiendo levemente. “Ya
sabe, las cuñadas a veces parecemos las malas, quería interpretar mi papel”, se
alzó de hombros despreocupadamente y la gente rio. Si solo supieran que la mala
no era ella…
El hombre viejo de gafas
redondas recuperó el micrófono y observé cómo esa hermosa mujer volvía a
sentarse en el banco del piano de color blanco, dispuesta a tocar para cuando
Seungyoon y yo hubiéramos aceptado ser marido y mujer.
Tragué saliva, cada vez quedaba menos para el final.
Miré las manos de Jessica, en su izquierda llevaba ese falso anillo que nuestra madre le había obligado a ponerse para parecer “un poco normal”, como dijo ella. Eso no hacía falta. ¿Es que acaso iba a torturarla hasta que ya no pudiera más? Si lo que nuestra madre deseaba era romper la barrera de Jessica hacia nuestros padres, con este tipo de cosas nunca podría conseguirlo. Eso sería una batalla eterna hasta que, o ellos por la vejez, o desgraciadamente mi hermana por alguna otra causa, acabaran cediendo y soltaran el último suspiro.
Jessica acariciaba el anillo, sus ojos tristes lo miraban con melancolía.
Cerré los ojos por un momento y recordé una cosa más. La fuerte discusión de nuestros padres y Jessica.
Fue horrible, toda la planta del hospital la oyó, y yo, escondida tras la
puerta, me senté en el pasillo y me quedé allí. Sola, abrazando mis piernas,
queriendo fundirme o yo que sé, ser sorda y así no enterarme de nada.
Nuestro padre tuvo cáncer. Por suerte, lo encontraron rápido y pudieron
operarle en poco tiempo. A pesar de la alegría que supuso poder salvarlo, pero,
había una cosa que ese hombre dijo que me pareció deleznable. “Disculpe
enfermera”, le oí decir. “Si viene a verme una chica llamada Jessica, no la
dejéis pasar”. ¿Cómo debía reaccionar la enfermera a aquello? Odiaba cuando
nuestros padres metían a terceros en asuntos familiares.
En cuanto escuché eso yo me giré, mirando hacia la ventana, dándole la espalda a mi progenitor.
¿Cómo se podía ser tan mezquino?
A través del vidrio observaba las ambulancias que salían y que llegaban. Algunas con las luces y las sirenas puestas, otras aparcando a paso de tortuga.
Mi padre se recuperó favorablemente.
En parte me alegraba por él, era demasiado joven para morir pero… ¿y
Jessica? Si sumaba todas las veces que la habían rechazado no podría terminar
nunca. No solo él, o mi madre, sino toda la familia. “Venga ya, es una lesbiana,
¿qué puede tener de bueno?”. Nuestro padre siempre contestaba lo mismo. Nuestros
tíos, en cambio, intentaron siempre ir algo en contra, mostrándose algo más
liberales. “Pero ella decide lo que quiere ser, ¿verdad?”. Mamá solía
refunfuñar a eso. “Le hemos dado una buena familia, el amor de unos padres y
una hermana estupenda. ¿Ha estudiado en las mejores escuelas y así nos lo paga?”.
Inquirió. “¿Pero por qué no decís que la obligabais a comer apartada de
vosotros, que nunca le regalasteis nada para su cumpleaños y que deseabais con
todas vuestras ganas que se fuera de casa?”.
Mi boca pronunció estas palabras antes de que mi cerebro me frenara. Todos me miraron, tragué saliva. “¿Qué has dicho Soojung?”.
La grave voz de mi padre me hizo bajar la cabeza y suspiré, sentándome de nuevo y centrándome en comer.
“N-Nada papá”.
Cobarde.
Egoísta.
"Bien", le oí decir con una voz grave.
Esa fue la única que vez que
me atreví a alzarle la voz y me sentí pequeña, indefensa, asustada frente a ese
corpulento hombre canoso y algo arrugado. La saliva se acumuló en mi boca y
sentí tal presión por dentro que creí vomitar en ese mismo instante. El miedo y
los nervios siempre me jugaban malas pasadas. Suspiré aliviada al ver que mi
cuerpo se relajaba y puse una mano en mi vientre, dándome un suave masaje antes
de seguir comiendo con nuestra familia. "Mamá, ¿dónde está Jessica...?".
Seguramente después de eso me ganaría un castigo por ponerlos en duda y contra
las cuerdas frente a nuestra familia, mi madre tragó saliva y señaló el piso de
arriba. "No quiero bajar a comer, ella se lo pierde".
Y así pasaron los días, los meses, y los años, hasta que Jessica se cansó y
empezó a discutir con ellos. Los insultos iban y venían, los portazos me hacían
saltar siempre de la cama, siempre a la misma hora: las tres de la madrugada.
No sabía cómo lo hacía pero Jessica se iba sin despertarme y llegaba al
mediodía, con los ojos cansados y el cuerpo adolorido. Por unos días pensé que
se estaba torturando en casa de alguna de sus ex-novias, pero respiraba tranquila
cuando recordaba que ambas estudiaban fuera del país.
¿Hacia dónde escapaba pues? Nunca llegué a saberlo. Por bien o por mal, a
Jessica se le olvidaban las cosas rápidamente y terminaba por sonreírme y darme
un beso en la frente.
Sus labios siempre fueron tan suaves...
"Después de este hermoso discurso que la señorita Sooyeon nos ha
regalado, tomaré de nuevo el micrófono y empezaremos la celebración. Todos de
pie, por favor". Se oyó un leve murmullo y miré por unos segundos hacia
atrás, todo el mundo, incluso los más pequeños, estaban de pie, emocionados y
avergonzados por la boda. Sonreí tiernamente, claro, no siempre iban a
celebraciones de estas.
Jessica también estaba en pie, mirándome fijamente. Me sonrojé, sentía la
necesidad de pedirle por favor que no siguiera con esos ojos tan brillantes,
que se fijara en otra cosa. Esta iglesia
es muy grande, mira en otra dirección, por favor... "Y después de
estas lecturas, empezaremos con los votos matrimoniales".
Tragué saliva nerviosa y respiré profundamente, Seungyoon estaba igual que yo, quizás incluso más nervioso. Me sonrió con los labios algo trémulos y me agarró la mano en señal de confianza. Tenía miedo, ambos teníamos miedo.
Sentía la gélida mirada de mi hermana sobre mí y yo cada vez me sentía más apenada. A cada segundo que pasaba, todo se volvía más agónico y triste para ella, se moría poco a poco. Quizás realmente iba a morir de amor como continuásemos así.
Recordé sus palabras llenas de cariño... "Me da igual con quién te quedes, mientras pueda seguir amándote libremente, soy feliz". Fruncí mis labios intentando contener las lágrimas que querían salir y destrozar mi maquillaje. Eso era peor que una película de romance dramático, era peor que una obra de teatro o una de esas óperas que siempre me hacían llorar cuando los protagonistas enamorados debían separarse o uno de ellos moría. "Ojalá no fuera tu hermana, todo esto sería más fácil de digerir para mí...".
Una semana antes de la boda, desapareció de casa. No pude contactar con ella.
Si hubiera sido un poco más lista y menos cobarde hubiera adivinado que se
encontraba cerca del lago, en esa casita que teníamos de nuestra propiedad al
otro lado de la orilla.
Jessica siempre había destacado por su pereza y su mala habilidad con los
deportes, pero cuando se trataba de escapar y refugiarse en esa casita, era
capaz de caminar todos esos quilómetros de distancia en menos de dos horas. Mi
hermana siempre había sido así de genial.
"Guarda este pintalabios. Mamá me lo dio para ti
pero nunca encontraba el momento". Claro, para mí, todo era para mí.
Los dolorosos recuerdos comenzaban a aparecer de nuevo. ¿Y ella?
Ese color carmín tan hermoso le habría quedado mejor que a mí. Si tan solo lo llevara ahora mismo saltaría sobre sus labios y me la comería a besos, manchándome de rojo, mostrándome desesperada... Si, desesperada era la palabra correcta. No sabría cuánto tiempo más podría aguantar esa mirada triste con la que me miraba y esa sonrisa melancólica acariciando su anillo como si recordara al amado con el que nunca se casó. Basta Jessica, por favor basta.
El sacerdote empezó a hablar otra vez al haber ordenado sus papeles y carraspeó. Yo también lo hice por los nervios.
"Bien. Kang Seungyoon, quieres recibir a la joven Jung Soojung como esposa y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarla y respetarla todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe?".
Sentí un fuerte apretón en mi mano y bajé la vista levemente, viendo como sus nudillos estaban blancos por la presión que ejercía sobre mis dedos. Me quejé en mi interior, me estaba haciendo daño, su mano gruesa y fuerte apretaba demasiado la mía, y yo necesitaba. Hice una leve zarandeada y alcé la vista, viéndolo sonrojado. Sonreí tiernamente y vi como asentía nerviosamente.
"S-Si quiero".
El sacerdote sonrió al igual que la gente que nos acompañaba.
"Y tú, Jung Soojung, quieres recibir al joven Kang Seungyoon como marido y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe?".
Jessica volvió a mirarme. Basta Jessica, no me hagas hacer la locura más grande de mi vida, no me hagas correr a tus brazos, no me obligues a romperle el corazón al pobre Seungyoon, no me hagas llorar enterrada en tu pecho, no me hagas dudar ni un segundo más.
La gente comenzó a murmurar, estaba nerviosa y por mucho que quisiera ordenar mi cabeza, en esta solo aparecían recuerdos de Jessica conmigo.
Para, Jessica, lo nuestro se ha acabado.
"S-Si quiero...". Susurré casi imperceptiblemente. Agradecí que esa iglesia resonara tanto puesto que no podría volver a contestar esas palabras.
Sentí como la presión en mi mano desaparecía y como ahora el pulgar de
Seungyoon me acariciaba el dorso por encima del fino guante blanco. Las ramitas
de flores seguían crujiendo entre mis dedos y oí algún suspiro a mis espaldas.
Cerré los ojos; estaba solo a unas palabras de ser la esposa del chico que
sonreía feliz frente a mí, o de convertirme en lo más desagradable a los ojos
de los presentes si corría a los brazos de mi hermana.
Me encontraba entre la espada y la pared, y no importaba qué opción escogiese
al final, alguien que acabaría con el corazón roto.
¿Qué podía más, el orgullo o el amor? ¿El deseo o la amistad? ¿Los lazos de sangre o una familia feliz? ¿Qué era lo que realmente deseaba mi corazón?
Una fría corriente de aire se coló por mi vestido y recordé ciertos labios
en mi nuca. Adoraba esos besos gélidos que Jessica me daba de buena mañana,
justo después de despertar.
Mi imaginación ya me estaba jugando malas pasadas de nuevo y yo estaba a punto
de ahogarme en lágrimas como siguiera tan dudosa de mis decisiones.
Jessica, Jessica, mi amada Jessica...
"Prométeme que nunca te separarás de mí, que
nunca me abandonarás...". Sus primeras palabras al día siguiente de haberme
hecho suya me helaron el corazón. Se estaba mostrando frente a mí como la
pequeña mujer que realmente era, como esa alma cálida y asustadiza que se
escondía tras el muro de piedra y cristal que la protegía de los golpes,
insultos y desprecios por parte de nuestros padres. "Te he dado todo lo que tengo, no lo lances por la ventana o
moriré...".
Temblaba entre mis brazos, sollozaba y me arañaba con sus perfectas y hermosas
uñas largas. Blancas como la nieve y transparentes como el agua.
"Sé que está mal, que no soy la mejor persona del mundo, que te he roto el corazón más de una vez, que te he hecho sufrir y defenderme aún cuando sabías que tu podías recibir algo malo en mi lugar... Sé que somos hermanas, que esto está prohibido pero... fue eso mismo lo que me atrajo hacia ti". Tragó saliva y se quedó sin palabras. Sus labios entreabiertos, secos por haber dormido con la boca abierta me tentaban a hidratarlos con un desesperado beso matutino que le diera todas las respuestas que ella buscaba. "Te amo Soojung, por favor, no me dejes... Eres lo único que tengo".
Empezaba a entender por qué se había vuelto fría conmigo al anunciarle mi boda. Yo misma me había catalogado de egoísta por cosas superficiales pero ahora sabía que lo que realmente le dolía no era que fuera feliz con alguien más... sino que la abandonara para siempre.
Ahora puedo decirlo claro: soy la persona más egoísta de este mundo.
"Bien, si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o que calle para siempre".
Aguanté la respiración, atreviéndome a abrir los ojos para fijarlos contra los de Jessica. Ella seguía mirándome con ese par de orbes tan oscuros y hermosos, tan profundos y suplicantes de amor. ¿Estaba permitido en una boda que la novia se tirara de los pelos? Porque era lo que deseaba ahora mismo, o eso, o llorar como una mocosa perdida en un supermercado. "No me dejes..."
"¡No puedo más!".
Comencé a hiperventilar, como siempre que me ponía nerviosa. Seungyoon me movió un poco, zarandeándome con cara de preocupación mientras lo miraba con lágrimas en mis ojos.
"L-Lo siento... yo...".
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