Seguía pensando si haberse
instalado en Boseong había sido una buena idea. Miyeon llevaba días con los últimos
preparativos de la tan ansiada apertura de su panadería en aquél pequeño
condado lleno de campos de té verde, pero en esos últimos días se había fijado
que muchos de los habitantes que pasaban cerca de ella, ya fuese para pasear o
simplemente por mera curiosidad, miraban escépticos lo que estaba haciendo. La
hermana de Miyeon le había insistido a esta que ese era el mejor lugar, pues la
última vez que ella fue, no encontró panaderías por ningún lado —en
ese momento, la joven de apellido Cho ni siquiera pensó que quizás a nadie de
ese pueblo le interesaba que hubiese un negocio como aquél, por lo que, cuanto
más se acercaba la fecha de apertura, más insegura se sentía.
Una de las características que más
le llamó la atención fue el bajo número de jóvenes que había visto durante sus
paseos por el condado para conocerlo un poco mejor. Se había maravillado con
las vistas, con el intenso color verde de los campos y la naturaleza que rodeaba
dicho lugar, pero a lo mucho se había cruzado con una o dos personas de edad
similar a la suya, y aquella preocupación se convirtió en un zumbido molesto en
su oído que no se iba.
En cambio, gente de mediana edad y
gente mayor sí había, a montones. De vez en cuando se había cruzado con algún
matrimonio con hijos, pero podía contar esas ocasiones con los dedos de una
mano. De nuevo, el nerviosismo se estaba apoderando de ella, haciéndole dudar
de todos sus planes.
Quizás, después de todo, no había
sido tan buena idea.
—Vamos, ¿a qué viene esa cara tan
larga?— su mejor amiga, Soojin, se había ofrecido a ayudarla a cargar las
últimas cajas que irían en el almacén de la panadería —cualquiera diría que no
estás emocionada por abrir tu propio negocio—.
—Estaba pensando… ¿y si me estoy
equivocando?— Miyeon siguió a su amiga tras agarrar otra de las tantas cajas de
cartón que se encontraban en el maletero de su coche; le fue imposible no
soltar un suspiro, aunque intentó atribuirlo al cansancio de estar haciendo tantas
cosas en una sola mañana.
—¿Por qué piensas eso?— el tono de voz
en Soojin era suave, siempre hablaba así cuando quería calmar las inseguridades
de su amiga.
—No sé, es solo… ¿quizás si no hay
ninguna panadería por aquí puede que sea debido a que a nadie le interesa que
haya una? He recibido ciertas miradas indecorosas, incluso he escuchado algún
comentario de gente mayor que lo único que ha hecho ha sido dejarme mal cuerpo—.
—Cho Miyeon, vamos, ¿desde cuándo eres
tan insegura?— Soojin sonrió, dejó la caja de cartón en el suelo y abrazó a la
mayor —todo irá bien, ¿entendido? Confía en mi—.
La muchacha de cabellos castaños abrazó
de vuelta a la menor y dejó su mentón reposando contra el hombro de Soojin. La
sonrisa que curvó sus labios era suave, un poco triste, pero sincera. Ambas se
quedaron un rato así, quietas, relajándose con el ronroneo suave de los hornos
de pan que los técnicos estaban acabando de instalar. Faltaban solo un par de
días para la apertura, así que tenían que darse prisa si querían tenerlo todo
listo.
—Yo traeré a mis amigos aquí, ¿si?
Intentaremos la técnica de atraer la atención de los habitantes llenando la
panadería de gente, esto suele funcionar—.
—¿Y si no funciona?— la mayor apretó
fuerte a la contraria entre sus brazos para que esta no pudiera moverse y así
evitarse una mirada reprobatoria.
—Cho Miyeon, si vuelves a dudar de mis
palabras te voy a meter dentro del horno— una pequeña palmada amistosa en su
trasero hizo reír a la susodicha.
—Está bien, está bien, ya me callo—.
—Hay mucho trabajo por hacer todavía,
así que tenemos que seguir con esto si no quieres que sigamos cargando cajas
incluso durante la apertura. Te digo yo que mis amigos no querrán ayudar con
eso. Son amables, pero no tanto—.
—Sí señora—.
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