domingo, 2 de febrero de 2020

Red Moon | Capítulo 5


Buenos días gominolas de colores, ¿todo bien?
Ya estamos a febrero, ¿cómo habéis pasado este primer mes del año? El mío fue super raro, pero no estoy aquí para explicar mi vida sino para empezar este mes con muchas energías y nuevos capítulos.

¡Disfrutadlo!

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CAPÍTULO 5

El silencio del bosque se rompió con un aullido lejano al tiempo que los ojos de Seunghee se abrían con lentitud. La hoguera que ésta había encendido horas antes para que Seungyeon no pasara frío dentro de la cueva se había apagado, ya ni siquiera humeaba. El olor de las cenizas llegó a su nariz, le gustaba ese olor. Su compañera dormía abrazada a ella, totalmente acurrucada contra su cuerpo sin ropa alguna más que su gastado y sucio jeogori, el cual apenas cubría algo. La mayor se quedó mirando a la contraria, quien respiraba de forma pausada y con la boca entreabierta; Seunghee no pudo evitar preguntarse por qué los hombres del rey querían capturar sí o sí a Seungyeon, ¿acaso ésta había vuelto a romper las reglas?

La primera vez que la vio, la muchacha de piel morena estaba siendo azotada en mitad de la plaza, atada de pies y manos sin darle oportunidad a defenderse. La prostitución estaba totalmente prohibida, tanto para hombres como para mujeres, y quien rompiera esas normas sería castigado públicamente para que todos los demás entendieran la gravedad del asunto. Seunghee no pudo quedarse de brazos cruzados por lo que, antes de que incluso ella misma se diera cuenta, ya se había metido en medio de todo aquél barullo para recibir un par de latigazos antes de poder robarle al soldado el látigo que estaba usando para castigar a la otra, tirándoselo a la cara. La gente de la ciudad conocía bien a Seunghee, ésta era una mujer impulsiva y altiva, pero también era sensible y muy tranquila cuando nadie la molestaba.

La hija del vendedor de pieles no encajaba en Hanseong, pero solo unos pocos conocían el verdadero motivo de aquello, siendo Seungyeon una de esas personas. La mayor no sabía si considerar a esta última como su amiga puesto que nunca había tenido una como tal, pero sabía que podía confiar en ella incluso con los ojos cerrados. La muchacha de piel morena era la prostituta más lista del pueblo, la que sabía moverse mejor entre las sombras, la que tenía una habilidad increíble a la hora de robar y convencer. Levantarse la falda significaba obtener toda la información que deseaba. Aquello era muy fácil cuando seducía a hombres, los cuales babeaban con solo ver sus torneadas piernas y su pequeña cintura.

   —¿En qué piensas?— la mayor se encontró con los ojos grandes y brillantes de Seungyeon, los cuales la miraban con un deje de amor y tranquilidad. La diestra de la menor se deslizó por el pecho desnudo de Seunghee y empezó a dibujar formas sin sentido sobre aquellos montes blancos y suaves, aunque llenos de cicatrices y alguna que otra herida reciente.
            —Estaba intentando averiguar el por qué te querían hacer daño—.
            —Solo sé que estaban capturando a todas las mujeres de piel morena—.
            —¿Y no te dijeron por qué?— Seungyeon negó con la cabeza —ellos mencionaron que el rey dio la orden… ese malnacido—.
            —No te preocupes, me quedaré aquí por una temporada, al menos hasta que las cosas en la ciudad se hayan calmado. Los soldados atraparon a tal cantidad de mujeres que si ahora regreso a Hanseong, me van a ver en seguida. Debo ser la única que ha tenido un golpe de suerte—.
            —Podrías ayudarme con la caza— la menor sonrió —mis padres agradecerían la ayuda— Seunghee acarició uno de los brazos de la menor, sintiendo que la piel de ésta se erizaba bajo las yemas de sus dedos.
            —Adoro que tengas la piel tan caliente, ¿sabes?—.
            —No me cambies de tema— comentó la mayor.
            —Pero es cierto, eres perfecta— la muchacha de cabellos castaños se separó de repente, poniéndose de pie —¿qué ocurre?—.
            —Se acerca alguien— ésta hizo una seña con la mano para que Seungyeon no dijera nada más —quédate aquí— Seungyeon recogió su ropa y apoyó la espalda contra la rugosa pared de la cueva mientras Seunghee se vestía y agarraba su arco.


El sol apenas comenzaba a brillar tras las montañas y los aullidos que en un primer momento Seunghee escuchó a lo lejos desaparecieron, al menos por unos minutos. Su instinto la llevó a unos cuantos metros de la cueva, encontrándose con la figura delicada y menuda de una mujer, acorralada entre un grueso tronco de pino rojo japonés y una manada de lobos. La hija del vendedor de pieles se acercó hasta los lobos y captó su atención dando un par de golpes con la punta de una de sus flechas en un tronco que quedaba a su izquierda. Los animales dejaron de rugir a la chica para dirigirse a la mujer de cabellos castaños, pero en cuanto la vieron bajaron las orejas y comenzaron a dar pasos hacia atrás.

Seunghee mantenía una expresión neutra en su rostro al tiempo que daba pasos lentos y pesados, pisando las hojas secas con notable fuerza para asustar a los animales. Algunos de los lobos continuaron rugiendo hasta que se percataron que el resto se había retirado con la cola entre las patas. Una vez ambas se quedaron solas, la mayor miró a la muchacha con notable curiosidad, suavizando las expresiones de su rostro. La chica vestía con ropa elegante y llevaba el cabello recogido en una trenza, en el extremo de la cual había atado un daenggi de color rojo. Seunghee supuso que era una chica de familia noble.

   —¿Qué hace usted aquí? Es peligroso caminar por el bosque sola y desarmada—.
            —Me he perdido…— confesó la muchacha.


La mayor se rascó la cabeza, confundida y extrañada. La contraria tenía un ligero rasguño en su mejilla derecha y su hanbok estaba cubierto de suciedad, lo que le hizo deducir a la castaña que la chica había sufrido una aparatosa caída o algo similar. Los ojos oscuros y asustados de la desconocida le encogían el corazón; sus temblores eran notables y la respiración ajetreada llegaba a los oídos de Seunghee como un constante grito de socorro. Su piel, pálida y fina como la cerámica parecía estar cubierta de una suave capa de sudor, como si la contraria hubiera estado corriendo por minutos.

   —¿Cómo se llama?—.
            —No lo sé…— la chica agarró su larga trenza y la acarició repetidas veces con sus manos, intentando, de ese modo, calmar el nerviosismo de verse en un lugar que no conocía y junto a una persona que apestaba a animal.


La muchacha lucía pequeña al lado de Seunghee. Sus facciones eran finas y muy delicadas, sus incisivos centrales destacaban por ser un poco más grandes que el resto de su dentadura y su nariz era pequeña y redonda, dándole el aspecto de un pequeño ratón, o incluso el de un conejo. Sus ojos, rasgados y castaños, parecían transmitir, finalmente, un poco de paz. La castaña dejó su arco colgado de su hombro y guardó la flecha en el carcaj, colgándolo en su otro hombro; el peligro había pasado y estaba segura que aquella manada de lobos no iba a volver, no al menos por un buen rato.

   —¿Se ha hecho daño?— preguntó, fijando su vista en la pequeña herida que la joven tenía en su mejilla —está sangrando un poco—.
            —Estoy bien, gracias— la bajita limpió la sangre con el borde de su manga y suspiró.
            —Venga— Seunghee tomó la mano de la contraria y la condujo hasta la cueva. Seungyeon ya se había vestido y había vuelto a encender el fuego. Al ver que la castaña no regresaba sola, se levantó del suelo y señaló a la chica nueva —iré a buscar mi caballo, encárgate de ella—.
            —¿Y qué se supone que debo hacer yo?— la chica de piel morena rascó su nuca algo nerviosa.
            —No sé, distráela con algo—.


Antes de que Seungyeon pudiera seguir preguntando, Seunghee desapareció de sus ojos, levantando una gran cantidad de hojas secas a causa de la rapidez con la que se desplazó desde la cueva hasta la ciudad. Hanseong estaba totalmente destrozada. Los soldados del rey se habían cebado con la captura de las mujeres, no solo rompiendo todo lo que encontraron a su paso, sino también robando los pocos bienes que los pueblerinos tenían y haciendo daño a las personas que intentaban proteger lo suyo. La castaña pisó la runa cercana a su casa y entró, encontrándose con que ésta se encontraba patas arriba; su madre estaba recogiendo los trozos de los pocos platos que tenían para comer.

   —Me encontré con Seungyeon— la mujer paró de recoger, siguiendo con la mirada a su hija, quien se arrodilló a su lado para ayudarla —me explicó lo que pasó mientras yo estaba cazando—.
            —¿No la han capturado?—.
            —Le ayudé a escapar, se quedará en la cueva al menos unos días—.
            —El rey está muy enfadado—.
            —¿Pero a qué vino todo esto?—.
            —Corre el rumor de que tiene una hija y dijeron que debía tener la piel como la suya— Seunghee recordó el tono ligeramente dorado de la piel del monarca.
            —¿Una hija? ¿Ese malnacido?—.
            —¡Seunghee!— su madre soltó los trozos de cerámica, nerviosa —¿qué pasará si te oyen decir eso del rey?—.
            —Me da igual lo que pase, eso es lo que pienso de él—.


La mujer siguió recogiendo trozos, suspirando cansada. Los soldados habían entrado en su pequeña casa y destrozaron lo poco que les quedaba intacto. La mesa seguía partida en dos desde la última discusión que Seunghee había tenido con su padre. Las sillas estaban destrozadas y no había ningún estante pegado a la pared, todos estaban tirados por el suelo, hechos añicos junto con los jarrones y utensilios que éstos habían aguantado hasta ese mismo día. Hanseong permanecía silenciosa; todos recogían lo que podían sin decir ni una sola palabra, apartándose del camino con cualquier trote que escuchaban. De algunas ventanas salía un humo espeso y la temperatura fría de aquella mañana parecía haber creado una especie de vaho denso que llegaba a la altura de las rodillas.

Había barro por todas partes y ni siquiera los perros callejeros se atrevían a ladrar.

   —¿Dónde está padre?—.
            —Fue al palacio a entregar algunas pieles y a buscar tu espada— Seunghee rodó los ojos, suspirando frustrada —sé que no te gusta, pero el rey siempre nos ha pagado bien, y lo único que debes hacer es bailar un rato—.
            —Ya lo sé—.
            —Necesitamos el dinero para sobrevivir, y como los soldados sigan destrozándolo todo de esta manera no podremos ni siquiera vender pieles con tranquilidad—.


Esa noche no iba a haber mercado nocturno pues apenas quedaba alguna tienda en pie. A Seunghee no le gustaban las noches silenciosas de Hanseong, le ponían nerviosa, le provocaban una angustia terrible en el pecho y le daba la sensación de que el tiempo no pasaba, de que siempre brillaba la misma luna en el cielo. Por curiosidad, la castaña miró por la ventana, suspirando con tranquilidad al ver que todavía quedaban muchos días antes de que tuviera que volver a la cueva. De repente, pero, su sangre se heló.

   —¡Mierda!—.
            —¡Hija!—.
            —Perdón— la muchacha se levantó, dejando todos los trozos de cerámica que había recogido sobre el mueble que parecía estar en mejor estado de entre toda la runa —voy a por el caballo—.
            —¿Vas a cazar de nuevo?—.
            —No exactamente— su madre la miró extrañada —luego te lo cuento—.
            —Está bien. Ve con cuidado—.


Seunghee se despidió de la mujer saliendo por la puerta trasera de su casa y se dirigió al pequeño establo que tenían cerca de esta. Su caballo estaba nervioso y asustado, levantaba las patas delanteras y relinchaba. La castaña entró al sitio con cuidado y mucho silencio, poniendo ambas manos en el costado del animal antes de comenzar con un seguido de caricias tranquilas y cálidas. Poco a poco, el equino se fue calmando. Las manos de la muchacha acariciaron su crin, su cuello y su cara, mirándolo a los ojos para transmitirle aquella tranquilidad que solo los dos conocían, una tranquilidad diferente.

Una vez el animal accedió a salir del establo, Seunghee subió encima de este y le dio un ligero golpe con ambos talones, tirando de la correa para que diera media vuelta y se adentrara al bosque por el mismo camino que ella había tomado para regresar a la ciudad. No tardó demasiado en llegar a la cueva, encontrándose con Seungyeon y la otra chica junto al fuego.

   —La llevaré a palacio— la mayor bajó del caballo y alargó una mano para que la muchacha la tomara, ayudándola de esa manera a subir —regresaré en un rato—.
            —No— se apresuró a decir la chica de complexión pequeña —Seungyeon viene conmigo—.
            —¿Perdón?—.
            —Es una mujer inteligente, necesito a alguien que me guíe— mencionó la chica.
            —¿Pero guiarla a dónde?—.
            —Me vas a llevar al palacio del rey, ¿no?— Seunghee asintió —ella vendrá conmigo, no quiero estar sola en un lugar que no conozco—.
            —Pero si ella entra a palacio la van a matar, ¿usted ha visto cómo va?— la castaña miró a la muchacha de piel morena y suspiró —y no lo digo por ofender pero su ropa habla por sí sola— la mayor sabía que ella era la menos indicada para criticar el aspecto de los demás, cuando ella arrastraba de forma permanente un hedor a pelo de animal mojado debido a su trabajo y a su naturaleza.
            —A mí no me harán nada— comentó la chica —les convenceré de que fuimos víctimas de una emboscada y que la dejaron en ese estado— Seunghee apretó el puente de su nariz al tiempo que suspiraba de manera pesada —sube, Seungyeon— la chica de piel morena obedeció a la otra y subió tras ella, agarrando con disimulo la ropa elegante y bonita que la contraria llevaba. Era la primera vez que Seungyeon subía a lomos de un caballo y tenía miedo de caer.
            —No lograré que cambie de opinión, ¿cierto?— la desconocida negó, sonriendo de una manera bastante particular: sus ojos se achinaron en dos medias lunas y mostró sus incisivos frontales de manera mucho más notable —el caballo es mío, así que al menos les acompañaré hasta la puerta del palacio— dicho esto, Seunghee agarró la correa del equino y tiró suavemente de esta para que el animal comenzar a caminar.


El camino hasta el palacio del rey fue incómodo, frío y en silencio. Ninguna de las tres se atrevía a decir nada para romper el hielo. Seunghee seguía pensando que la historia que se había inventado la chica de rostro pequeño no iba a funcionar, pues Seungyeon era una prostituta conocida que se había acostado con más de un soldado, y esos hombres eran la cosa más retorcida y egoísta del mundo; solo pensaban en ellos mismos y en salvar su pellejo, por lo que no les importaba mentir frente al monarca con tal de seguir con vida.

La castaña miró de reojo a su compañera, observando con atención los temblores en sus manos. La muchacha de piel morena estaba asustada.

   —¿Estás bien? ¿Tienes frío?—.
            —Estoy bien, es solo que…—.
            —Ya hemos llegado— masculló la bajita, llamando la atención de ambas. Con disimulo giró su rostro hacia Seungyeon, susurrándole las siguientes palabras —actúa asustada y no digas nada, yo me encargo del resto— la contraria solo asintió, agarrándose un poco más fuerte a las ropas de la primera. Sin embargo, Seungyeon sintió que todo le daba vueltas y, antes de que pudiera avisar que quería bajar del caballo, cayó de este sin más.
            —¡Seungyeon!— Seunghee soltó la correa y se acercó al cuerpo inerte de la prostituta, alzando ligeramente su cuerpo con uno de sus brazos mientras que utilizaba la otra mano para darle palmadas suaves en una de sus mejillas —oye, despierta— la chica de ropas nobles utilizó aquella distracción para llamar la atención de los guardias y empezar a llorar como si le fuera la vida en ello. La castaña parpadeó sorprendida y, si no fuera porque tenía a una chica en sus brazos que no reaccionaba, probablemente hubiera tomado su caballo y se hubiera ido de allí.


Los soldados que custodiaban la entrada del palacio se acercaron curiosos a la escena, apuntando con sus lanzas a las dos mujeres que yacían en el suelo.

   —¡Nos atacaron!— gritó la bajita, tomando con fuerza el brazo de un soldado sin dejar de sacudirlo —¡ella me protegió, está herida! ¡Por favor!—.

Seunghee levantó el cuerpo de Seungyeon y fue guiada hasta el salón del rey. El monarca estaba hablando con uno de sus consejeros cuando las puertas correderas se abrieron y dos guardias se disculparon al unísono por la interrupción. Detrás de Seunghee, se refugiaba la muchacha de facciones pequeñas, quien sacó un poco su cabeza de su escondite en cuanto el rey pidió a los guardias que se retiraran.

   —¡Señorita Choi!— gritó el consejero, girándose para encararla antes de arrodillarse frente a ella —menos mal que está bien, estaba muy preocupado por usted—.
            —¿Quién, yo?— preguntó la muchacha de ropa noble, agarrando de nuevo su trenza y acariciándosela para intentar calmar los nervios.
            —No recuerda quién es— respondió Seunghee antes de que el consejero abriera la boca. El rey solo sonrió —majestad, esto no es gracioso— la castaña no pudo evitar fruncir el ceño.
            —Me río porque estoy intentando imaginar cuál será la próxima mujer que me llevarás entre tus brazos— bromeó el monarca al tiempo que negaba con la cabeza —consejero Lee, avisa al médico del palacio, que se encargue de esa pobre mujer— dicho hombre se levantó tras varias reverencias y salió de la habitación, perdiéndose entre los pasillos del gran palacio —tenía muchas ganas de conocerte, Choi Yujin—.

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