Buenos días gominolas de colores, ¿todo bien?
Ya estamos a febrero, ¿cómo habéis pasado este primer mes del año? El mío fue super raro, pero no estoy aquí para explicar mi vida sino para empezar este mes con muchas energías y nuevos capítulos.
¡Disfrutadlo!
Capítulo 4 | Capítulo 5 | Capítulo 6
Si quieres leer, dale a...
CAPÍTULO 5
El silencio del bosque se rompió con un
aullido lejano al tiempo que los ojos de Seunghee se abrían con lentitud. La
hoguera que ésta había encendido horas antes para que Seungyeon no pasara frío
dentro de la cueva se había apagado, ya ni siquiera humeaba. El olor de las
cenizas llegó a su nariz, le gustaba ese olor. Su compañera dormía abrazada a
ella, totalmente acurrucada contra su cuerpo sin ropa alguna más que su gastado
y sucio jeogori, el cual apenas cubría algo. La mayor se quedó mirando a la
contraria, quien respiraba de forma pausada y con la boca entreabierta; Seunghee
no pudo evitar preguntarse por qué los hombres del rey querían capturar sí o sí
a Seungyeon, ¿acaso ésta había vuelto a romper las reglas?
La primera vez que la vio, la muchacha
de piel morena estaba siendo azotada en mitad de la plaza, atada de pies y
manos sin darle oportunidad a defenderse. La prostitución estaba totalmente
prohibida, tanto para hombres como para mujeres, y quien rompiera esas normas
sería castigado públicamente para que todos los demás entendieran la gravedad
del asunto. Seunghee no pudo quedarse de brazos cruzados por lo que, antes de
que incluso ella misma se diera cuenta, ya se había metido en medio de todo
aquél barullo para recibir un par de latigazos antes de poder robarle al
soldado el látigo que estaba usando para castigar a la otra, tirándoselo a la
cara. La gente de la ciudad conocía bien a Seunghee, ésta era una mujer
impulsiva y altiva, pero también era sensible y muy tranquila cuando nadie la
molestaba.
La hija del vendedor de pieles no
encajaba en Hanseong, pero solo unos pocos conocían el verdadero motivo de
aquello, siendo Seungyeon una de esas personas. La mayor no sabía si considerar
a esta última como su amiga puesto que nunca había tenido una como tal, pero
sabía que podía confiar en ella incluso con los ojos cerrados. La muchacha de
piel morena era la prostituta más lista del pueblo, la que sabía moverse mejor
entre las sombras, la que tenía una habilidad increíble a la hora de robar y
convencer. Levantarse la falda significaba obtener toda la información que
deseaba. Aquello era muy fácil cuando seducía a hombres, los cuales babeaban
con solo ver sus torneadas piernas y su pequeña cintura.
—¿En qué piensas?— la mayor se encontró
con los ojos grandes y brillantes de Seungyeon, los cuales la miraban con un
deje de amor y tranquilidad. La diestra de la menor se deslizó por el pecho
desnudo de Seunghee y empezó a dibujar formas sin sentido sobre aquellos montes
blancos y suaves, aunque llenos de cicatrices y alguna que otra herida
reciente.
—Estaba intentando averiguar el por qué te querían hacer daño—.
—Solo sé que estaban capturando a todas las mujeres de piel morena—.
—¿Y no te dijeron por qué?— Seungyeon negó con la cabeza —ellos mencionaron que el rey dio la orden… ese malnacido—.
—No te preocupes, me quedaré aquí por una temporada, al menos hasta que las cosas en la ciudad se hayan calmado. Los soldados atraparon a tal cantidad de mujeres que si ahora regreso a Hanseong, me van a ver en seguida. Debo ser la única que ha tenido un golpe de suerte—.
—Podrías ayudarme con la caza— la menor sonrió —mis padres agradecerían la ayuda— Seunghee acarició uno de los brazos de la menor, sintiendo que la piel de ésta se erizaba bajo las yemas de sus dedos.
—Adoro que tengas la piel tan caliente, ¿sabes?—.
—No me cambies de tema— comentó la mayor.
—Pero es cierto, eres perfecta— la muchacha de cabellos castaños se separó de repente, poniéndose de pie —¿qué ocurre?—.
—Se acerca alguien— ésta hizo una seña con la mano para que Seungyeon no dijera nada más —quédate aquí— Seungyeon recogió su ropa y apoyó la espalda contra la rugosa pared de la cueva mientras Seunghee se vestía y agarraba su arco.
—Estaba intentando averiguar el por qué te querían hacer daño—.
—Solo sé que estaban capturando a todas las mujeres de piel morena—.
—¿Y no te dijeron por qué?— Seungyeon negó con la cabeza —ellos mencionaron que el rey dio la orden… ese malnacido—.
—No te preocupes, me quedaré aquí por una temporada, al menos hasta que las cosas en la ciudad se hayan calmado. Los soldados atraparon a tal cantidad de mujeres que si ahora regreso a Hanseong, me van a ver en seguida. Debo ser la única que ha tenido un golpe de suerte—.
—Podrías ayudarme con la caza— la menor sonrió —mis padres agradecerían la ayuda— Seunghee acarició uno de los brazos de la menor, sintiendo que la piel de ésta se erizaba bajo las yemas de sus dedos.
—Adoro que tengas la piel tan caliente, ¿sabes?—.
—No me cambies de tema— comentó la mayor.
—Pero es cierto, eres perfecta— la muchacha de cabellos castaños se separó de repente, poniéndose de pie —¿qué ocurre?—.
—Se acerca alguien— ésta hizo una seña con la mano para que Seungyeon no dijera nada más —quédate aquí— Seungyeon recogió su ropa y apoyó la espalda contra la rugosa pared de la cueva mientras Seunghee se vestía y agarraba su arco.
El sol apenas comenzaba a brillar tras
las montañas y los aullidos que en un primer momento Seunghee escuchó a lo
lejos desaparecieron, al menos por unos minutos. Su instinto la llevó a unos
cuantos metros de la cueva, encontrándose con la figura delicada y menuda de
una mujer, acorralada entre un grueso tronco de pino rojo japonés y una manada
de lobos. La hija del vendedor de pieles se acercó hasta los lobos y captó su
atención dando un par de golpes con la punta de una de sus flechas en un tronco
que quedaba a su izquierda. Los animales dejaron de rugir a la chica para
dirigirse a la mujer de cabellos castaños, pero en cuanto la vieron bajaron las
orejas y comenzaron a dar pasos hacia atrás.
Seunghee mantenía una expresión neutra
en su rostro al tiempo que daba pasos lentos y pesados, pisando las hojas secas
con notable fuerza para asustar a los animales. Algunos de los lobos
continuaron rugiendo hasta que se percataron que el resto se había retirado con
la cola entre las patas. Una vez ambas se quedaron solas, la mayor miró a la
muchacha con notable curiosidad, suavizando las expresiones de su rostro. La
chica vestía con ropa elegante y llevaba el cabello recogido en una trenza, en
el extremo de la cual había atado un daenggi de color rojo. Seunghee supuso que
era una chica de familia noble.
—¿Qué hace usted aquí? Es peligroso
caminar por el bosque sola y desarmada—.
—Me he perdido…— confesó la muchacha.
—Me he perdido…— confesó la muchacha.
La mayor se rascó la cabeza, confundida
y extrañada. La contraria tenía un ligero rasguño en su mejilla derecha y su
hanbok estaba cubierto de suciedad, lo que le hizo deducir a la castaña que la
chica había sufrido una aparatosa caída o algo similar. Los ojos oscuros y
asustados de la desconocida le encogían el corazón; sus temblores eran notables
y la respiración ajetreada llegaba a los oídos de Seunghee como un constante
grito de socorro. Su piel, pálida y fina como la cerámica parecía estar
cubierta de una suave capa de sudor, como si la contraria hubiera estado
corriendo por minutos.
—¿Cómo se llama?—.
—No lo sé…— la chica agarró su larga trenza y la acarició repetidas veces con sus manos, intentando, de ese modo, calmar el nerviosismo de verse en un lugar que no conocía y junto a una persona que apestaba a animal.
—No lo sé…— la chica agarró su larga trenza y la acarició repetidas veces con sus manos, intentando, de ese modo, calmar el nerviosismo de verse en un lugar que no conocía y junto a una persona que apestaba a animal.
La muchacha lucía pequeña al lado de
Seunghee. Sus facciones eran finas y muy delicadas, sus incisivos centrales
destacaban por ser un poco más grandes que el resto de su dentadura y su nariz
era pequeña y redonda, dándole el aspecto de un pequeño ratón, o incluso el de
un conejo. Sus ojos, rasgados y castaños, parecían transmitir, finalmente, un
poco de paz. La castaña dejó su arco colgado de su hombro y guardó la flecha en
el carcaj, colgándolo en su otro hombro; el peligro había pasado y estaba
segura que aquella manada de lobos no iba a volver, no al menos por un buen
rato.
—¿Se ha hecho daño?— preguntó, fijando
su vista en la pequeña herida que la joven tenía en su mejilla —está sangrando
un poco—.
—Estoy bien, gracias— la bajita limpió la sangre con el borde de su manga y suspiró.
—Venga— Seunghee tomó la mano de la contraria y la condujo hasta la cueva. Seungyeon ya se había vestido y había vuelto a encender el fuego. Al ver que la castaña no regresaba sola, se levantó del suelo y señaló a la chica nueva —iré a buscar mi caballo, encárgate de ella—.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo?— la chica de piel morena rascó su nuca algo nerviosa.
—No sé, distráela con algo—.
—Estoy bien, gracias— la bajita limpió la sangre con el borde de su manga y suspiró.
—Venga— Seunghee tomó la mano de la contraria y la condujo hasta la cueva. Seungyeon ya se había vestido y había vuelto a encender el fuego. Al ver que la castaña no regresaba sola, se levantó del suelo y señaló a la chica nueva —iré a buscar mi caballo, encárgate de ella—.
—¿Y qué se supone que debo hacer yo?— la chica de piel morena rascó su nuca algo nerviosa.
—No sé, distráela con algo—.
Antes de que Seungyeon pudiera seguir
preguntando, Seunghee desapareció de sus ojos, levantando una gran cantidad de
hojas secas a causa de la rapidez con la que se desplazó desde la cueva hasta
la ciudad. Hanseong estaba totalmente destrozada. Los soldados del rey se
habían cebado con la captura de las mujeres, no solo rompiendo todo lo que
encontraron a su paso, sino también robando los pocos bienes que los
pueblerinos tenían y haciendo daño a las personas que intentaban proteger lo
suyo. La castaña pisó la runa cercana a su casa y entró, encontrándose con que
ésta se encontraba patas arriba; su madre estaba recogiendo los trozos de los
pocos platos que tenían para comer.
—Me encontré con Seungyeon— la mujer
paró de recoger, siguiendo con la mirada a su hija, quien se arrodilló a su
lado para ayudarla —me explicó lo que pasó mientras yo estaba cazando—.
—¿No la han capturado?—.
—Le ayudé a escapar, se quedará en la cueva al menos unos días—.
—El rey está muy enfadado—.
—¿Pero a qué vino todo esto?—.
—Corre el rumor de que tiene una hija y dijeron que debía tener la piel como la suya— Seunghee recordó el tono ligeramente dorado de la piel del monarca.
—¿Una hija? ¿Ese malnacido?—.
—¡Seunghee!— su madre soltó los trozos de cerámica, nerviosa —¿qué pasará si te oyen decir eso del rey?—.
—Me da igual lo que pase, eso es lo que pienso de él—.
—¿No la han capturado?—.
—Le ayudé a escapar, se quedará en la cueva al menos unos días—.
—El rey está muy enfadado—.
—¿Pero a qué vino todo esto?—.
—Corre el rumor de que tiene una hija y dijeron que debía tener la piel como la suya— Seunghee recordó el tono ligeramente dorado de la piel del monarca.
—¿Una hija? ¿Ese malnacido?—.
—¡Seunghee!— su madre soltó los trozos de cerámica, nerviosa —¿qué pasará si te oyen decir eso del rey?—.
—Me da igual lo que pase, eso es lo que pienso de él—.
La mujer siguió recogiendo trozos,
suspirando cansada. Los soldados habían entrado en su pequeña casa y
destrozaron lo poco que les quedaba intacto. La mesa seguía partida en dos
desde la última discusión que Seunghee había tenido con su padre. Las sillas
estaban destrozadas y no había ningún estante pegado a la pared, todos estaban
tirados por el suelo, hechos añicos junto con los jarrones y utensilios que
éstos habían aguantado hasta ese mismo día. Hanseong permanecía silenciosa;
todos recogían lo que podían sin decir ni una sola palabra, apartándose del
camino con cualquier trote que escuchaban. De algunas ventanas salía un humo
espeso y la temperatura fría de aquella mañana parecía haber creado una especie
de vaho denso que llegaba a la altura de las rodillas.
Había barro por todas partes y ni
siquiera los perros callejeros se atrevían a ladrar.
—¿Dónde está padre?—.
—Fue al palacio a entregar algunas pieles y a buscar tu espada— Seunghee rodó los ojos, suspirando frustrada —sé que no te gusta, pero el rey siempre nos ha pagado bien, y lo único que debes hacer es bailar un rato—.
—Ya lo sé—.
—Necesitamos el dinero para sobrevivir, y como los soldados sigan destrozándolo todo de esta manera no podremos ni siquiera vender pieles con tranquilidad—.
—Fue al palacio a entregar algunas pieles y a buscar tu espada— Seunghee rodó los ojos, suspirando frustrada —sé que no te gusta, pero el rey siempre nos ha pagado bien, y lo único que debes hacer es bailar un rato—.
—Ya lo sé—.
—Necesitamos el dinero para sobrevivir, y como los soldados sigan destrozándolo todo de esta manera no podremos ni siquiera vender pieles con tranquilidad—.
Esa noche no iba a haber mercado
nocturno pues apenas quedaba alguna tienda en pie. A Seunghee no le gustaban
las noches silenciosas de Hanseong, le ponían nerviosa, le provocaban una
angustia terrible en el pecho y le daba la sensación de que el tiempo no
pasaba, de que siempre brillaba la misma luna en el cielo. Por curiosidad, la
castaña miró por la ventana, suspirando con tranquilidad al ver que todavía
quedaban muchos días antes de que tuviera que volver a la cueva. De repente,
pero, su sangre se heló.
—¡Mierda!—.
—¡Hija!—.
—Perdón— la muchacha se levantó, dejando todos los trozos de cerámica que había recogido sobre el mueble que parecía estar en mejor estado de entre toda la runa —voy a por el caballo—.
—¿Vas a cazar de nuevo?—.
—No exactamente— su madre la miró extrañada —luego te lo cuento—.
—Está bien. Ve con cuidado—.
—¡Hija!—.
—Perdón— la muchacha se levantó, dejando todos los trozos de cerámica que había recogido sobre el mueble que parecía estar en mejor estado de entre toda la runa —voy a por el caballo—.
—¿Vas a cazar de nuevo?—.
—No exactamente— su madre la miró extrañada —luego te lo cuento—.
—Está bien. Ve con cuidado—.
Seunghee se despidió de la mujer
saliendo por la puerta trasera de su casa y se dirigió al pequeño establo que
tenían cerca de esta. Su caballo estaba nervioso y asustado, levantaba las patas
delanteras y relinchaba. La castaña entró al sitio con cuidado y mucho
silencio, poniendo ambas manos en el costado del animal antes de comenzar con
un seguido de caricias tranquilas y cálidas. Poco a poco, el equino se fue
calmando. Las manos de la muchacha acariciaron su crin, su cuello y su cara,
mirándolo a los ojos para transmitirle aquella tranquilidad que solo los dos
conocían, una tranquilidad diferente.
Una vez el animal accedió a salir del
establo, Seunghee subió encima de este y le dio un ligero golpe con ambos
talones, tirando de la correa para que diera media vuelta y se adentrara al
bosque por el mismo camino que ella había tomado para regresar a la ciudad. No
tardó demasiado en llegar a la cueva, encontrándose con Seungyeon y la otra
chica junto al fuego.
—La llevaré a palacio— la mayor bajó del
caballo y alargó una mano para que la muchacha la tomara, ayudándola de esa
manera a subir —regresaré en un rato—.
—No— se apresuró a decir la chica de complexión pequeña —Seungyeon viene conmigo—.
—¿Perdón?—.
—Es una mujer inteligente, necesito a alguien que me guíe— mencionó la chica.
—¿Pero guiarla a dónde?—.
—Me vas a llevar al palacio del rey, ¿no?— Seunghee asintió —ella vendrá conmigo, no quiero estar sola en un lugar que no conozco—.
—Pero si ella entra a palacio la van a matar, ¿usted ha visto cómo va?— la castaña miró a la muchacha de piel morena y suspiró —y no lo digo por ofender pero su ropa habla por sí sola— la mayor sabía que ella era la menos indicada para criticar el aspecto de los demás, cuando ella arrastraba de forma permanente un hedor a pelo de animal mojado debido a su trabajo y a su naturaleza.
—A mí no me harán nada— comentó la chica —les convenceré de que fuimos víctimas de una emboscada y que la dejaron en ese estado— Seunghee apretó el puente de su nariz al tiempo que suspiraba de manera pesada —sube, Seungyeon— la chica de piel morena obedeció a la otra y subió tras ella, agarrando con disimulo la ropa elegante y bonita que la contraria llevaba. Era la primera vez que Seungyeon subía a lomos de un caballo y tenía miedo de caer.
—No lograré que cambie de opinión, ¿cierto?— la desconocida negó, sonriendo de una manera bastante particular: sus ojos se achinaron en dos medias lunas y mostró sus incisivos frontales de manera mucho más notable —el caballo es mío, así que al menos les acompañaré hasta la puerta del palacio— dicho esto, Seunghee agarró la correa del equino y tiró suavemente de esta para que el animal comenzar a caminar.
—No— se apresuró a decir la chica de complexión pequeña —Seungyeon viene conmigo—.
—¿Perdón?—.
—Es una mujer inteligente, necesito a alguien que me guíe— mencionó la chica.
—¿Pero guiarla a dónde?—.
—Me vas a llevar al palacio del rey, ¿no?— Seunghee asintió —ella vendrá conmigo, no quiero estar sola en un lugar que no conozco—.
—Pero si ella entra a palacio la van a matar, ¿usted ha visto cómo va?— la castaña miró a la muchacha de piel morena y suspiró —y no lo digo por ofender pero su ropa habla por sí sola— la mayor sabía que ella era la menos indicada para criticar el aspecto de los demás, cuando ella arrastraba de forma permanente un hedor a pelo de animal mojado debido a su trabajo y a su naturaleza.
—A mí no me harán nada— comentó la chica —les convenceré de que fuimos víctimas de una emboscada y que la dejaron en ese estado— Seunghee apretó el puente de su nariz al tiempo que suspiraba de manera pesada —sube, Seungyeon— la chica de piel morena obedeció a la otra y subió tras ella, agarrando con disimulo la ropa elegante y bonita que la contraria llevaba. Era la primera vez que Seungyeon subía a lomos de un caballo y tenía miedo de caer.
—No lograré que cambie de opinión, ¿cierto?— la desconocida negó, sonriendo de una manera bastante particular: sus ojos se achinaron en dos medias lunas y mostró sus incisivos frontales de manera mucho más notable —el caballo es mío, así que al menos les acompañaré hasta la puerta del palacio— dicho esto, Seunghee agarró la correa del equino y tiró suavemente de esta para que el animal comenzar a caminar.
El camino hasta el palacio del rey fue
incómodo, frío y en silencio. Ninguna de las tres se atrevía a decir nada para
romper el hielo. Seunghee seguía pensando que la historia que se había
inventado la chica de rostro pequeño no iba a funcionar, pues Seungyeon era una
prostituta conocida que se había acostado con más de un soldado, y esos hombres
eran la cosa más retorcida y egoísta del mundo; solo pensaban en ellos mismos y
en salvar su pellejo, por lo que no les importaba mentir frente al monarca con
tal de seguir con vida.
La castaña miró de reojo a su compañera,
observando con atención los temblores en sus manos. La muchacha de piel morena
estaba asustada.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío?—.
—Estoy bien, es solo que…—.
—Ya hemos llegado— masculló la bajita, llamando la atención de ambas. Con disimulo giró su rostro hacia Seungyeon, susurrándole las siguientes palabras —actúa asustada y no digas nada, yo me encargo del resto— la contraria solo asintió, agarrándose un poco más fuerte a las ropas de la primera. Sin embargo, Seungyeon sintió que todo le daba vueltas y, antes de que pudiera avisar que quería bajar del caballo, cayó de este sin más.
—¡Seungyeon!— Seunghee soltó la correa y se acercó al cuerpo inerte de la prostituta, alzando ligeramente su cuerpo con uno de sus brazos mientras que utilizaba la otra mano para darle palmadas suaves en una de sus mejillas —oye, despierta— la chica de ropas nobles utilizó aquella distracción para llamar la atención de los guardias y empezar a llorar como si le fuera la vida en ello. La castaña parpadeó sorprendida y, si no fuera porque tenía a una chica en sus brazos que no reaccionaba, probablemente hubiera tomado su caballo y se hubiera ido de allí.
—Estoy bien, es solo que…—.
—Ya hemos llegado— masculló la bajita, llamando la atención de ambas. Con disimulo giró su rostro hacia Seungyeon, susurrándole las siguientes palabras —actúa asustada y no digas nada, yo me encargo del resto— la contraria solo asintió, agarrándose un poco más fuerte a las ropas de la primera. Sin embargo, Seungyeon sintió que todo le daba vueltas y, antes de que pudiera avisar que quería bajar del caballo, cayó de este sin más.
—¡Seungyeon!— Seunghee soltó la correa y se acercó al cuerpo inerte de la prostituta, alzando ligeramente su cuerpo con uno de sus brazos mientras que utilizaba la otra mano para darle palmadas suaves en una de sus mejillas —oye, despierta— la chica de ropas nobles utilizó aquella distracción para llamar la atención de los guardias y empezar a llorar como si le fuera la vida en ello. La castaña parpadeó sorprendida y, si no fuera porque tenía a una chica en sus brazos que no reaccionaba, probablemente hubiera tomado su caballo y se hubiera ido de allí.
Los soldados que custodiaban la entrada
del palacio se acercaron curiosos a la escena, apuntando con sus lanzas a las
dos mujeres que yacían en el suelo.
—¡Nos atacaron!— gritó la bajita,
tomando con fuerza el brazo de un soldado sin dejar de sacudirlo —¡ella me
protegió, está herida! ¡Por favor!—.
Seunghee levantó el cuerpo de Seungyeon
y fue guiada hasta el salón del rey. El monarca estaba hablando con uno de sus
consejeros cuando las puertas correderas se abrieron y dos guardias se
disculparon al unísono por la interrupción. Detrás de Seunghee, se refugiaba la
muchacha de facciones pequeñas, quien sacó un poco su cabeza de su escondite en
cuanto el rey pidió a los guardias que se retiraran.
—¡Señorita Choi!— gritó el consejero,
girándose para encararla antes de arrodillarse frente a ella —menos mal que
está bien, estaba muy preocupado por usted—.
—¿Quién, yo?— preguntó la muchacha de ropa noble, agarrando de nuevo su trenza y acariciándosela para intentar calmar los nervios.
—No recuerda quién es— respondió Seunghee antes de que el consejero abriera la boca. El rey solo sonrió —majestad, esto no es gracioso— la castaña no pudo evitar fruncir el ceño.
—Me río porque estoy intentando imaginar cuál será la próxima mujer que me llevarás entre tus brazos— bromeó el monarca al tiempo que negaba con la cabeza —consejero Lee, avisa al médico del palacio, que se encargue de esa pobre mujer— dicho hombre se levantó tras varias reverencias y salió de la habitación, perdiéndose entre los pasillos del gran palacio —tenía muchas ganas de conocerte, Choi Yujin—.
—¿Quién, yo?— preguntó la muchacha de ropa noble, agarrando de nuevo su trenza y acariciándosela para intentar calmar los nervios.
—No recuerda quién es— respondió Seunghee antes de que el consejero abriera la boca. El rey solo sonrió —majestad, esto no es gracioso— la castaña no pudo evitar fruncir el ceño.
—Me río porque estoy intentando imaginar cuál será la próxima mujer que me llevarás entre tus brazos— bromeó el monarca al tiempo que negaba con la cabeza —consejero Lee, avisa al médico del palacio, que se encargue de esa pobre mujer— dicho hombre se levantó tras varias reverencias y salió de la habitación, perdiéndose entre los pasillos del gran palacio —tenía muchas ganas de conocerte, Choi Yujin—.
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