Buenas tardes lectores nerviosos, ¿cómo estáis?
Antes que nada, decir que lo que iréis leyendo estos días no se puede considerar comeback oficial ya que "Ayo GG!" sigue bajo reformas, pero para que la espera se haga más amena —y también porque yo tengo muchas ganas, todo sea dicho— empezaré a publicar algún que otro prólogo, empezando por el de este WheeSun. Disfrutadlo~
Título: La Chica de la Ventana
Parejas: WheeSun (Wheein x Solar)
Tipo: Yuri
Género: AU | Romance | Drama médico | Angst
Advertencias: Bullying, lenguaje grosero, muerte de personajes.
Notas: Agradecimientos a Lexy por su paciencia en hacerme esta maravillosa portada!
Estado: En proceso
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PRÓLOGO
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PRÓLOGO
"No vas a ser nadie en la vida,
recuérdalo."
"¿Estás bien? Déjame ayudarte… ¡E-Espera! ¡No
te vayas por favor! Te has dejado el pañuelo…"
Para Wheein nunca fue fácil pisar Seúl. Ella siempre fue considerada
la rara, la friki, la extraña. Le costó mucho adaptarse a la gran ciudad, más
viniendo de un pueblo tan pequeño que ni siquiera salía en los mapas que no
utilizaban tanto detalle. Su casa era un típico templo japonés, ella se había
criado en el país Nipón, así que tenía la facilidad de hablar dos idiomas:
japonés y coreano. Cerca de su habitación, casi tocando al cristal de su
ventana, había un enorme almendro de ramas gruesas y oscuras que siempre le
dejaba la repisa llena de pétalos rosados y blancos cuando era primavera. A
veces dormía en casa de su abuela, y extrañaba mucho aquél árbol, porque vivía
allí desde hacía generaciones y le encantaba el olor de sus pétalos. Era algo
difícil de describir, pero si alguien lograba ver la sonrisa feliz en el rostro
de la muchacha, lograban comprender lo mucho que significaba aquél majestuoso
árbol para la joven. Sus clases en Seúl fueron horrorosas, desde el primer día
hasta el último, sin descanso, sufriendo cada año lo mismo. El motivo por el
que estuviera sola la mayor parte del tiempo era por eso, porque estaba harta
de que las matonas de la clase lo pagaran con ella incluso siendo coreana de
nacimiento. Corrían rumores de que los extranjeros tenían que pasar
"pruebas" para que los dejaran en paz, pero ella no quería hacer ningún
tipo de iniciación estúpida, no por ser coreana, sino porque no quería
seguirles el rollo y ser una tonta más. Wheein era algo débil, pero no idiota.
Por desgracia, la joven nunca tuvo la suerte de su lado, y lo entendió el día
que la atraparon en los baños femeninos del segundo piso y a poco estuvo de no
contarlo.
Sabía que los nuevos en las escuelas lo tenían algo más difícil, pero
nadie le había dicho que se iba a quedar parapléjica y con un grave derrame en
sus pulmones que casi le costó la vida. Hubo algo o alguien que evitó que
muriera, y por primera vez, la muchacha supo qué era la suerte.
Pasaron meses antes no se atrevió a levantarse de la cama por si sola.
El miedo de pensar que si volvía a encontrarse esas matonas acabarían con ella
seguía grabado a fuego en su cabeza. Se vio reflejada con terror en los ojos de
la líder de la pandilla mientras estas la golpeaban a base de patadas y con un
palo de escoba que habían probablemente robado del cuarto de la limpieza
situado al lado de la conserjería. Podía escuchar el sonido metálico contra sus
huesos, contra su abdomen, contra su pecho… incluso contra su cabeza. Por
suerte o por desgracia "solo" habían logrado romperle un par de
costillas y perforado un pulmón, pero lo peor fue saber que probablemente no
volvería a caminar nunca más.
Probablemente.
Un día, mientras miraba aburrida por la ventana, observó a lo lejos
una joven de cabellos oscuros, casi negros, con la mirada triste, observando
desde el tercer piso a los niños enfermos que corrían por los jardines del
hospital durante su corto tiempo de recreo. Wheein siempre había gozado de una
vista muy buena, y las lágrimas que vio caer de aquellos ojos no habían sido
producto de su imaginación; tristemente la chica misteriosa estaba llorando.
—¿Se puede
pasar?— Unos golpecitos en la madera de la puerta hicieron que
la chica se girara, sonriéndole a la mujer con bata blanca que cada mediodía
venía a visitarla —¿Qué haces levantada tan temprano?—.
—Unnie, son
las 12, no es tan temprano— Wheein se rió.
—Ah, cierto.
Dime, ¿dormiste bien? Traigo buenas noticias—.
—Dormí muy
bien. ¿Qué noticias?—.
—Esta tarde
vas a empezar tus sesiones para que tus piernas recuperen la función de
caminar. ¿Qué te parece?—.
—¡¿De
verdad?! ¡Eso es genial!— Deslizó las manos por las ruedas de su silla y se
acercó prácticamente derrapando hasta abrazar a la doctora que le correspondió
al momento.
—¿No están
gritando mucho los niños hoy?— La mayor se separó
de Wheein para ir a cerrar la ventana, pero un tirón en su bata le hizo parar a
media acción.
—Unnie,
¿quién es esa chica de la ventana?— La castaña
señaló tímidamente tras ella hacia la hilera de ventanas que daban a su derecha
hasta que su dedo alcanzó la figura de la misteriosa joven triste que seguía
llorando.
—Oh, esa es
Yongsun, lleva mucho tiempo en aquella habitación—.
—¿También va
en silla de ruedas?— Los ojos oscuros y grandes de la menor mostraban la
curiosa inocencia y la pureza de una niña.
—Sí, pero su
caso es un poco diferente al tuyo. Llegó al hospital por sus propios medios,
cargando sobre ella a una chica que ya no respiraba desde hacía minutos.
Todavía no entiendo como nadie las ayudó, no pasaban desapercibidas precisamente. Yongsun tuvo un accidente de coche, sé que ella conducía
y que la chica que la acompañaba era una amiga suya, pero ella no estaba entre
los casos que debía atender, así que solo hemos hablado en ocasiones puntuales—. La mujer acarició la cabeza de Wheein como si se
tratara de su hija pequeña, sonriéndole con ternura, —¿Por qué no
intentas hablar con ella cuando vayas a la sala de recuperación? Seguro que le
caes bien— besó su frente y se fue de la habitación, no sin
antes señalarle la bandeja de comida que le había llevado al principio de su
conversación.
Horas después de haber sufrido con la horrorosa comida, la muchacha de
cabellos castaños estaba siendo conducida hacia la primera planta, allí donde
se encontraban las salas de recuperación. Cuál fue su sorpresa cuando en un
rincón vio a la nombrada Yongsun siendo tratada para colocarle una prótesis de
pierna; la joven se esperaba cualquier cosa menos esa. Era la primera vez que
veía una pierna amputada desde tan cerca, y por la cara que ponía la morena, no
es que le gustara demasiado que la vieran así. Se veía alguien fuerte, segura de
sí misma, pero orgullosa, muy orgullosa; tanto como para estar de tan mal humor
mientras le tocaban constantemente el muñón. En ese momento Wheein no pudo
evitar tocarse las rodillas, intentando imaginarse lo que sería no tener
piernas.
—¿Lista?— Preguntó la doctora llevándosela frente a una
pequeña rampa con barandas a ambos lados —Lo primero
que debes intentar es mantenerte de pie. Agárrate a mí para dar los primeros
pasos y luego sujétate a estas barandas, te serán muy útiles para poder caminar—.
—Tengo miedo— Comentó la menor mirándola algo asustada mientras
sentía que la levantaban de la silla —¿Y si me
caigo?
—No te
preocupes, yo estoy contigo. ¿Empezamos?—.
—V-Vale…—.
Al ser alzada, la joven comenzó a recordar la vista más alta que
siempre había tenido; no es que destacara mucho en altura, pero ya no se
acordaba de cómo era mirar las cosas estando de pie. Hasta ese momento nunca se
había levantado del todo. En la ducha se agarraba al cuello de una enfermera
mientras la otra la limpiaba, pero estaba tan pendiente de no resbalar que ni
siquiera se había dado cuenta de que habría podido mirar las baldosas del baño
desde una perspectiva diferente. En ese instante sintió que todos la miraban
como si hubiera ocurrido un milagro: gente de su misma planta le sonreía, había
incluso una niña con el mismo percance que Yongsun que le estaba aplaudiendo,
pero la muchacha que quería que le hiciera caso seguía sentada en su silla de
ruedas, negándose a levantarse para probar la prótesis temporal.
—Wheein, concéntrate.
Mírame— Pronunció la doctora llevándosela al inicio de la
rampa, sujetándola por la cintura mientras la joven se agarraba a las barandas.
—Voy a estar frente a ti todo el rato. No mires
abajo, mírame a los ojos, ¿entendido?— La muchacha
asintió, haciendo fuerza con sus brazos para no caer al suelo. —Vamos a dar el primer paso— Con leves temblores la chica de cabello castaño no
pudo evitar mirar como su pierna efectivamente comenzaba a moverse. Su sonrisa
se ensanchó, levantando el rostro para encontrarse con los bonitos ojos de la
doctora, la cual le miraba con orgullo mientras poco a poco fue separando las
manos de aquella cintura, poniéndole un nivel un poco más difícil a la muchacha
que apenas podía contener las lágrimas de emoción. —Oye, no me llores que no llevo pañuelos encima
ahora—.
—¡Unnie! No
estropees el momento—.
—¿Quieres
probar tu sola? —.
—Está bien—.
Lentamente, las manos de la mujer se despegaron por completo de
Wheein, dejando que esta se tambaleara sola mientras intentaba levantar las
manos de las barandas, concentrándose por completo en que sus piernas no le
fallaran. Le costó encontrar el punto exacto, pero logró alzar sus brazos hacia
arriba sintiéndose equilibrada y confiada de nuevo. Por desgracia, las cosas no
siempre tenían el desenlace que la gente quería, y la muchacha se asustó cuando
empezó a sentir que su cuerpo caía hacia atrás.
—¡Unnie!— La doctora, que se había quedado charlando con otra
de sus pacientes, alzó la cabeza e intentó agarrar las manos de la muchacha que
pedía ayuda, pero sus dedos resbalaron, viendo sin poder remediarlo como esta
daba torpes pasos hacia atrás hasta chocar con Yongsun, cayendo ambas al suelo.
La sala se quedó en silencio, mirando a ambos cuerpos que yacían en una
posición más que incómoda; lo único que podía escucharse eran los leves
quejidos de la morena por haber sido la sorprendida con aquél choque, quedando
bajo el cuerpo de la torpe Wheein.
—¿Estáis
bien?— La mujer encargada del cuidado de la menor se
acercó corriendo, intentando mantenerse serena a pesar de saber que la bomba
iba a estallar. —¿Os habéis hecho daño?
—Au… mi cabeza— La
castaña fue la primera en levantarse, sobando sus sienes algo mareada por el
repentino susto. La caída en sí no fue fuerte, pero en topar con alguien y
clavarse algo metálico en la espalda le había hecho daño. Sentía su cabeza
palpitar en la zona derecha de este, justo como siempre le pasaba al saber que
había metido la pata. Wheein no se sonrojaba ni solía tartamudear, pero la
vergüenza se mostraba en los constantes bombeos de sangre en su cerebro, obligándole a no dejar de masajearse la cabeza por un buen rato.
—Sal de aquí— Unas manos huesudas y frías se
posaron en su espalda, empujándola con algo de fuerza.
—Me estás aplastando—.
—¡P-Perdón!— La joven se giró al instante,
dejando su peso apoyado en las rodillas. —Lo siento, soy un desastre… —.
—No me digas.
¿Te costó mucho descubrirlo?— Yongsun fue
levantada como aquél que levanta una pluma y la menor se dejó llevar por la
doctora.
—Oh, esto es…— La mano de la castaña se acercó con lentitud al
cuerpo de la mayor y rozó con la yema de sus dedos un delicado y transparente
pañuelo de flores enrollado en la muñeca de la contraria. —¿De dónde…? —.
—¡No lo toques!— Gritó la muchacha de cabellos negros. —¡Mis cosas no se tocan! —Tomó su propia muñeca haciendo gestos como si
limpiara lo que Wheein había ensuciado con sus manos blancas y esta bajó la
cabeza, suspirando con tristeza.
—Lo siento…
Yo solo… —.
—Cállate— Sentenció la otra muchacha. Esta se sentó en su
silla de ruedas y prácticamente se quitó de un tirón la prótesis que llevaba en
su pierna, tapando la mitad inferior de su cuerpo con la manta que yacía
colgada en uno de los reposabrazos de su silla. —Esta es una casa de locos. Me voy. ¡Me voy!—.
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