Sus ojos se fijaron en la larga y
destacada cicatriz que la muchacha tenía entre sus pechos. Sentada a horcajadas
sobre los muslos de Yuqi, Shuhua se sintió protegida al visualizar el brillo
genuino en la mirada de la mayor. Todavía llevaba ropa que la cubría de la
cintura para abajo, pero se sentía totalmente desnuda en el alma. Su calor
pronto se acumuló de manera tranquila y lenta entre sus piernas, y su cuerpo
empezó a temblar, producto del miedo y la emoción. Las manos de Yuqi, pequeñas
pero fuertes, rodearon la espalda de la menor y la acercaron a ella hasta que
la china pudo esconder el rostro entre sus pechos.
El relieve de la cicatriz rozó sus
labios, ella inspirando profundamente para llevarse a sus pulmones la dulce
fragancia de Shuhua, su esencia natural. Ese perfume femenino que tanto había
extrañado. Las manos de la menor acariciaron los hombros de la bajita y sus
dedos se enredaron en las hebras rubias de esta para sentir confort.
—Eres preciosa— susurró la china,
llenando de besos aquella cicatriz —no puedo creer que estés aquí conmigo.
Pensaba que te perdería…— la voz grave y fuerte de la mayor se volvió un
susurro quedo, palabras llenas de duda y miedo.
—Aquí estoy— Shuhua sintió el roce
cálido y húmedo de las lágrimas ajenas sobre su piel desnuda, a lo que acarició
con cariño y ternura la cabeza de Yuqi para que esta pudiese desahogarse con
tranquilidad.
Habían pasado muchos meses separadas
por culpa de una enfermedad, una deficiencia en el corazón de la menor que la
dejó a pocos días de conocer a la muerte. La niña alegre que una vez fue, se
había ido apagando con el paso de los años, agotada, molesta, herida y
preocupada por dejar a su alma gemela sola. Porque, por mucho que Yuqi le
dijera que no tenía que preocuparse por ella, Shuhua ahora veía lo mucho que
había tenido que soportar sola la mayor, haciéndose la fuerte para tener un
respaldo en sí misma y no terminar desmoronándose cuando, a cada día que
pasaba, había menos opciones para la taiwanesa.
Pero esta no podía irse, no quería
hacerlo.
—E-Es que…—un sollozo doloroso escapó
de los labios de Yuqi, quien se había acurrucado contra la menor, apretándola
tan fuerte que sintió cómo sus dedos parecían hundirse en la tersa piel blanca
de esta.
—Ya no temas, me voy a quedar contigo—
suaves caricias se perdieron en los cabellos de la joven china, Shuhua jugando
con aquellas hebras doradas mientras dejaba que la bajita soltara todo aquello
que tenía acumulado en su interior.
El pecho de Yuqi dolía, sentía tal
presión en este que por un momento incluso pensó que explotaría por dentro. Una
constante bola llena de agonía y temor bajaba hasta la boca de su estómago y
subía alcanzando su garganta, atorándose ahí y prohibiéndole hablar o tan
siquiera respirar con normalidad. Los sollozos y gimoteos eran el
agradecimiento hacia las plegarias escuchadas que había hecho cada día,
suplicándole a Dios que no se llevara a Shuhua de su lado, que ella todavía
tenía mucho que vivir y disfrutar. Se sentía feliz, pero todavía no se creía
que la morena estuviese entre sus brazos, dándole cariño y tranquilidad con sus
gestos maternales y una calma tan absoluta como el mar.
—Te extrañé tanto, joder…— mencionó la
mayor sin dejar de temblar —estaba tan asustada— confesó.
—Lo entiendo, Yuqi— su nombre
pronunciado por la voz de la menor hizo que su vello se erizara —pero puedes
estar tranquila. La operación ha ido muy bien, y ahora tengo un corazón sano,
podremos hacer muchas cosas juntas— tomando con cuidado y cariño el rostro de
la rubia, Shuhua lo acunó entre sus manos y secó las lágrimas de sus mejillas
con sus pulgares —confías en mí, ¿verdad?— la mirada de la taiwanesa brilló con
ternura al ver el pequeño rostro aniñado y temeroso de Yuqi, quien no dejaba de
llorar.
—C-Confío en ti— esta cerró los ojos
cuando Shuhua acarició de nuevo sus mejillas, momento en el que la menor
aprovechó para inclinarse hacia ella y besar sus labios en un beso puro y
tranquilo. Casto como el amor que le profesaba.
Ambas se fundieron en un abrazo
profundo e intenso en el que las manos de Yuqi apretaron suavemente la piel de
la menor antes de ayudarle a recostarse sobre la cama. Verla con el cabello
ligeramente despeinado, las mejillas rojas y un brillo castaño centelleando en
sus ojos le hizo suspirar; amaba a esa mujer con todo su ser, como nunca había
amado a nadie, y finalmente comenzaba a entender que todos aquellos meses
llenos de agonía, tristeza e incertidumbre por fin habían llegado a su fin. Sí,
tenía que confiar en Shuhua. Todo saldría bien a partir de ahora.
Todo.
—Te amo— susurró la mayor, dejando que
su mirada se perdiera en los labios de la contraria que acariciaba con la yema
de su pulgar —demasiado— sentenció.
La taiwanesa solo sonrió, totalmente
dispuesta a dejarse hacer.
Ambas tenían un acuerdo en el que si
las cosas salían bien, comenzarían una relación formal que, en los pensamientos
de la china, deberían haber empezado hacía bastante tiempo. Dentro del
sentimiento de amistad había ido floreciendo poco a poco el amor, el cariño más
allá de algo puramente amistoso, sobrepasando el sentimiento protector que
podían tener cualquier par de buenas amigas. Pero ninguna quiso hacer el paso
antes de tiempo por miedo, por la inseguridad de no saber qué sucedería cuando
Shuhua entrara al quirófano. Esta no quería dejar sola a su amada, y Yuqi no
iba a poder soportar el peso de la soledad que significaba perder a la menor.
Caricias delicadas y efímeras sobre la
piel blanca de la taiwanesa delataban el miedo que la rubia había estado
sintiendo durante todo ese tiempo en el que su corazón no dejó de estrujarse
más y más a cada día que pasaba, así como su respiración se volvió pesada a
causa de la ansiedad y el miedo. Durante esos meses, el temor fue palpable y
muy visible en cualquiera de los gestos que hiciera Yuqi, en cada una de sus
palabras. No importaba qué tan fuerte quisiera verse frente a los demás, cuando
llegaba a casa no podía dar más de dos pasos seguidos sin desmoronarse al no
tener noticias de Shuhua. Y eso le dolía, le dolía tanto que por primera vez
experimentó el dolor de amor, esa agonía y tristeza propias de alguien a quien
le habían arrancado un pedazo de su vida y su felicidad.
—Yo también te amo— respondió
finalmente la menor al tiempo que esta acercaba sus manos al rostro de la china,
acariciándoselo con cariño.
Lentamente, Yuqi se apoyó con suavidad
sobre el cuerpo de la menor y ella rodeó sus hombros con sus brazos,
perdiéndose en un nuevo beso igual de puro y sincero que el anterior, pero un
poco más intenso, más atrevido. La boca de Shuhua se abrió lentamente cuando
esta percibió la punta de la lengua de Yuqi acariciando sus labios, buscando su
sinhueso con movimientos pausados y tímidos, tranquilos. No pasó demasiado
tiempo antes de que ambas lenguas se encontraran, perdiéndose en la boca de la
taiwanesa en un juego donde danzaron, se conocieron y memorizaron el sabor y el
calor de la otra. En ese momento las respiraciones de las dos tomaron un ritmo
distinto, más pesado y largo con la intención de llenar sus pulmones por más
tiempo, aún si los jadeos entre besos hacían esa tarea bastante más difícil de
lo que podía resultar en un primer momento.
Entonces, las manos de la taiwanesa
bajaron por la espalda de la rubia y agarraron el borde de su camiseta,
subiéndola sin dejar de besarla. La prenda terminó en el suelo al igual que el
sujetador, ropa perdida en algún punto de la habitación.
Los dedos de Shuhua acariciaron la
piel desnuda de Yuqi, intentando memorizar cada curva, cada marca, cada lunar
del cual podía sentir su ligero relieve contra las yemas de sus falanges. La
menor sonrió, enternecida y embriagada por el perfume femenino que su nariz
captó cuando la bajita se movió sobre su cuerpo para terminar de desnudarla —los
ojos oscuros de la morena se encontraron con los senos de la china, pequeños y
bonitos, redondos y adorables. Quiso tocarlos, pero Yuqi fue más rápida y
pronto se separó de ella, gateando sobre el colchón para alcanzar el botón de
los shorts que Shuhua todavía vestía.
Esta se sintió tímida, un poco
asustada. ¿Y si a Yuqi no le gustaba lo que veía? ¿Se lo diría? La taiwanesa
tragó saliva y dejó ambas manos sobre su pecho.
La joven sintió que se derretía con
cada toque, con cada suspiro de Yuqi dedicado a su piel. La taiwanesa temblaba
de la emoción, de sentirse viva por primera vez después de tanto tiempo; de que
la primera persona que viera su cicatriz fuese la china, porque solo necesitaba
que esta la viera. Nadie más. No le importaba nadie más. Shuhua tragó saliva
con disimulo, dejando la boca entreabierta para poder respirar con un poco más
de facilidad. Mil sensaciones golpeaban su cuerpo, las terminaciones nerviosas
explotando en ligeros cosquilleos, pequeños destellos de luz apareciendo en sus
ojos —pronto vio bombillitas de colores en la oscuridad repentina que aparecía
al cerrar los ojos. Su ceño se frunció y un gemido tímido escapó de entre sus
labios cuando Yuqi rozó su intimidad por encima de su ropa interior.
—V-Ve con cuidado, por favor…— gimoteó
la menor, extasiada, aunque todavía algo nerviosa. No era miedo lo que sentía,
pero sí temía no ser lo que la contraria esperaba.
—Siempre voy a ir con cuidado, no te
preocupes— la voz grave de la mayor se tornó un poco ronca, una caricia
auditiva que erizó todo el vello de Shuhua sin que esta pudiese evitar suspirar
por lo agradables que se sintieron aquellas palabras —eres tan hermosa—
sentenció la china, sonriendo con ternura al ver que la taiwanesa apartaba la
mirada, totalmente avergonzada.
El pulgar de la rubia se paseó con
suavidad por encima de la pequeña protuberancia que podía percibirse bajo la
tela apretada de las bragas negras. Un ligero ruido húmedo también pudo
escucharse en la habitación cuando ambas se quedaron en silencio, ese espasmo
involuntario haciendo que Shuhua apretara sus labios vaginales en un gesto
tímido e incontrolable. Los fluidos de la menor habían ensuciado su ropa
interior, lo que Yuqi usó como excusa perfecta para quitarle las bragas,
deslizándolas lentamente por sus piernas hasta tirarlas a saber dónde.
—¿Te encuentras bien?— la china se
percató de que el cuerpo de la contraria volvía a temblar.
—E-Estoy bien… solo siento algo de
vergüenza, es mi primera vez— confesó.
Los ojos de Yuqi brillaron con emoción
y ternura al ver el rostro sonrojado de la menor, esa mirada dudosa llegó hasta
su corazón, lo que hizo que se inclinara nuevamente para volver a su boca. Los
brazos de Shuhua volvieron a rodear los hombros de su amada, dedicándole
caricias delicadas y efímeras sobre su espalda. Hasta que la taiwanesa no
dejase de temblar, Yuqi no dejaría de besarla.
Y es que bastó un solo beso para darse
cuenta de lo adictivos que eran esos labios, de su suavidad, su calidez, lo
carnosos y dulces que eran. La china deseó por tanto tiempo poder estar así con
la menor que fue incapaz de controlar los temblores en su propio cuerpo; aquello
le robó una tímida sonrisa a Shuhua.
—N-No es necesario que me acompañes
con los temblores— mencionó ella.
—No lo puedo evitar, es la emoción—.
—¿Estás emocionada?— sus ojos
brillaron.
—Demasiado— regresó a besarla,
dedicándole pequeños besos sobre sus labios. Lentamente fue deslizándose por la
comisura derecha de estos, bajando por el mentón, el cuello y las clavículas
hasta regresar a la cicatriz.
Shuhua presionó la cabeza de la rubia
contra su pecho buscando más contacto, a lo que Yuqi respondió atrapando con su
boca uno de los hermosos senos de la menor. El gemido que captaron sus oídos
fue el sonido más bonito de todos, cual canto de pájaro que volaba libre por
primera vez. Sus labios conocieron la piel de la taiwanesa con lentitud, en una
succión un tanto ruidosa con la que dichos labios acariciaron primero la
aureola de la joven antes de darle, finalmente, la primera chupada a su pezón.
Yuqi lo notó duro, terriblemente apetitoso a la vista y de un color rosado
parecido al de una flor de melocotón. Su boca se hizo agua.
El pecho de la morena se alzaba
con lentitud en cuanto esta inspiraba para llenar sus pulmones de aire, bajando
seguidamente; en un intento por mantener un ritmo pausado, suspiros y pequeños
gemidos entrecortados se escapaban de su boca. Las atenciones en sus senos
hacían que se removiera inquieta sobre el colchón, podía sentir las sábanas
arrugadas y calientes bajo la piel desnuda de su espalda, también acariciando
sus nalgas. Shuhua movía la cabeza de izquierda a derecha, sus manos rasguñaban
la piel de Yuqi y en ocasiones tironeaban de las sábanas, pero se quedó quieta
en cuanto sintió que los labios calientes y húmedos de la mayor besaban su
cicatriz y, desde ese punto de su cuerpo, comenzaban a deslizarse hacia su bajo
vientre.
La rubia marcó su abdomen con
pequeños besos calientes, la saliva se veía brillar en la piel de la menor.
—¿Puedo?— preguntó en un tono
tranquilo y protector a la par que separaba lentamente las piernas de la joven
taiwanesa y se acomodaba bocabajo en el colchón. Yuqi buscó la mirada de la
contraria para darle seguridad —prometo que te gustará— ella soltó un ligero
soplido sobre la intimidad de Shuhua, logrando que esta diese un respingo.
—No me preguntes eso— la menor se
cubrió la cara con ambas manos —s-solo hazlo— esta sentía frío, quería el calor
de la contraria en su cuerpo.
La china sonrió y apoyó sus manos en
la cara interna de los muslos de Shuhua, aprovechando la cercanía para separar
sus labios vaginales con ambos pulgares. La rubia se quedó en silencio,
fascinada. Una fina capa de fluidos brillaba sobre la intimidad de la menor,
transparente, ligeramente viscosa —Yuqi se sintió orgullosa de saber que la
contraria tenía un cuerpo tan sincero; sus ojos se deleitaron siguiendo el
recorrido de una pequeña gota tímida que logró salir de la vagina de Shuhua y
empezar un recorrido que terminó de manera abrupta antes de alcanzar el perineo
en cuanto la lengua de la mayor se la llevó consigo. La rubia dio una primera
probada al sexo de la taiwanesa y sintió que todo su cuerpo reaccionaba de una
manera electrizante y agradable; su vello erizándose, sus mejillas entrando en
calor.
Una ola ardiente acarició la piel de
su rostro, sus pómulos, sus párpados, sus mejillas humedeciéndose ligeramente
por las atenciones en el sexo de la menor. Shuhua no tardó en llevar una de sus
manos hasta la cabeza de la china, apretando ligeramente esta para que no se
separara. Pequeños gemidos escaparon de su garganta, ahogados y tímidos,
temerosos de ser demasiado ruidosos. Su otra mano se aferró a las sábanas y
tiró de estas con más fuerza al tiempo que sentía que su cuerpo parecía
despertar y moverse por sí solo —pequeños chispazos golpearon sus caderas, a lo
que la taiwanesa empezó a mover su pelvis de manera constante, lenta pero lo
suficientemente notoria como para que Yuqi entendiese que le estaba gustando lo
que le estaba haciendo.
La sinhueso de la rubia mantuvo un
ritmo suave, daba círculos alrededor del clítoris ajeno y empujaba la punta en
la entrada de la vagina, pero sin llegar a penetrarla. A veces sus labios daban
chupetones, succiones lentas y calientes que combinaba con su saliva y pequeños
besos. El sabor de Shuhua era… misterioso, no tenía un adjetivo para
describirlo como tal, pero sí podía decir que le producía un cosquilleo por
toda su espalda, una sensación adictiva. Tan adictivo como el placer que estaba
sintiendo al saberse dueña de esas reacciones tan genuinas que la taiwanesa
estaba mostrando; su ego se infló, estaba orgullosa de su buen trabajo, de lo
que estaba consiguiendo.
Hacer disfrutar a Shuhua era algo que
siempre había querido hacer, y no se refería simplemente a hacerle el amor.
También quería hacerle reír, consolarla si se sentía triste, alejarla de
cualquier miedo que tuviese, que se sintiese protegida, cuidada y tranquila
entre sus fuertes aunque delgados brazos. La meta de Yuqi era que aquella mujer
de mirada aniñada y voz suave y un tanto nasal, sintiese que estar a su lado
era lo correcto. Para ella. Para las dos.
—Mh…— otro gimoteo escapó de los
labios de la taiwanesa como respuesta a la presión que comenzó a sentir en su
entrada. Yuqi había aprovechado la cantidad exagerada de fluidos que salían de
la vagina de Shuhua para lubricar bien su dedo corazón con la intención de
entrar en ella.
—Si te duele dímelo, por favor— la
china escuchó lo que pareció un ligero “si” desvaneciéndose entre jadeos, y
entonces, en el momento en que metió la punta de su dedo hasta la mitad del
mismo, su amante soltó un pequeño gritito que la detuvo en seco. —¿Estás bien?—
volvió a preguntar, preocupada de que hubiese sido demasiado brusca —¿te he
hecho daño?— Yuqi se incorporó un poco, solo para asegurarse de que el rostro
de Shuhua no estaba desencajado por cualquier molestia importante que estuviese
sintiendo entre sus piernas.
—E-Estoy bien, solo… quédate así un
momento— ella alargó los brazos esperando que la contraria entendiese que la
quería abrazar. La menor necesitaba el peso y el calor de la rubia sobre ella
para calmarse.
El silencio reinó en la habitación,
interrumpido solo por jadeos y sonidos húmedos producto de los pequeños besos
que se daban. Poco a poco, las paredes interiores de Shuhua se fueron
acostumbrando a la intrusión, calmando la tensión; Yuqi pudo sentir aquello,
pero esperó a que la morena fuese quien le diese el visto bueno para poder
salir y probar de entrar una vez más.
En el momento en que la mayor retiró
su dedo, la taiwanesa soltó un largo gemido que las sorprendió a ambas. Shuhua
sintió sus mejillas arder y Yuqi percibió cómo su corazón daba un vuelco,
emocionado y enternecido por la reacción tan natural y genuina de la menor.
Una sensación espesa y caliente
comenzó a crecer dentro de la morena, quien se asustó al ver el dedo corazón de
la rubia ligeramente manchado de sangre.
—¿E-Eso es normal?— ella intentó
incorporarse, pero la otra mano de su amante empujó su hombro con suavidad,
evitando así que se levantara.
—Es normal, no te preocupes— la menor
se sintió avergonzada, parecía una novata que no conocía nada sobre el sexo a
pesar de haberse explorado un poco en ocasiones anteriores. Nunca había
entrado, aunque sí había alcanzado el orgasmo tras varias caricias constantes y
suaves en su clítoris. Le gustaba la sensación, pero tenía otras cosas más
importantes que hacer que pensar en sexo, especialmente cuando no hacía mucho
aún existía la duda de si acaso iba a salir viva del quirófano en cuanto le
trasplantaran un corazón nuevo.
La rubia se perdió por unos instantes
en los ojos profundos de la taiwanesa, vio un brillo hermoso de color caramelo,
puntitos muy oscuros en aquel castaño fuerte de sus orbes, un castaño casi
negro. El labio inferior de Shuhua temblaba, y pequeñas lágrimas amenazaban con
una capa acuosa y transparente humedeciendo sus ojos. Las cejas de Yuqi bajaron
en un gesto preocupado, pero la caricia maternal y dulce en una de sus mejillas
y cómo esa misma mano de su amante acunó su rostro seguido de una sonrisa, le
tranquilizó. La morena asintió, y entonces la rubia volvió a entrar.
Ella no dijo nada, se concentró en ir
penetrando poco a poco a su amante con toda la delicadeza de la que disponía,
con un cariño inmenso, una dulzura que nunca antes había expresado.
La primera vez que Shuhua habló con
Yuqi, le dio la sensación de que esta última era una chica que no quería tener
amigos, una bruta, una buscapleitos —se sintió mal al saber que no era la
primera que lo pensaba, porque en cuanto encontró a la china sola en un rincón,
leyendo un libro como único consuelo, pudo ver en su mirada que ella solo
quería tener a alguien con quien compartir unas risas y pasárselo bien en días
de lluvia que invitaban a ver películas y a comer pizza barata sacada de un
congelador de supermercado. “Mis favoritas son las de jamón y queso” le dijo
Shuhua aquella vez que se encontró a la china teniendo un dilema entre dos
tipos de pizza “no soy muy fan de los toppings, prefiero algo clásico”.
La taiwanesa intentó excusarse al
darse cuenta de que se había metido en algo que no era de su incumbencia, pero
la rubia pronto la paró sujetándola de la mano. “Jamón y queso me parece bien…
¿q-quieres ver una película conmigo?”.
El sonrojo en las mejillas de la mayor
era el mismo que la morena podía ver ahora mientras seguía acunando su rostro y
rodeaba los hombros de la contraria con su otro brazo. De vez en cuando secaba
las pequeñas gotas de sudor que perlaban la piel de su amante con el dorso de
sus dedos, y le dedicaba pequeños besos que interrumpían los gemidos y jadeos
que poco a poco iban sonando más agudos. La intrusión entre sus piernas ya no
dolía tanto, se sentía más placentera a medida que iban pasando los minutos;
penetraciones largas y muy lentas que llegaban hasta donde los dedos de Yuqi
podían, un tope que ambas identificaban al momento de sentir los nudillos de la
rubia contra la entrada de la morena. Primero fue un dedo, luego dos. Pronto
esas falanges tomaron un ritmo constante, se movían con cuidado, delicadeza y
suavidad, buscaban rozar lo más que podían las paredes internas de Shuhua,
apretando la zona superior de esta en cuanto la china curvó un poco sus dedos.
Ambos brazos de la menor se aferraron
al cuerpo contrario, también lo intentó con sus piernas pero solo lo logró con
una, separando más la otra para darle más espacio a su amante. Se sentía feliz,
todas las sensaciones agradables que alguna vez imaginó se habían concentrado
en su pecho, haciendo que su corazón explotara de alegría. Sus latidos eran
rápidos y a la vez acompasados, no se sentía cansada, pero si nerviosa e ida.
El calor de Yuqi, pero, calmó cualquier rastro de temblor propio de estar
experimentando algo nuevo que le provocaba tantas sensaciones a la vez.
Ninguna de las dos se paró a pensar en
el tiempo que llevaban retozando en la cama, la mente de la taiwanesa se había
apagado hacía rato, y la china solo quería escuchar más de aquella voz que
gemía su nombre de manera tímida y se entrecortaba en cuanto buscaba aire.
Besos, abrazos, caricias, roces, más
toques. Pronto la espalda de la menor se fue curvando con lentitud, y de su
garganta salió un gemido largo y agudo, tan diferente a los demás que fue
imposible para la rubia no sentirse excitada y feliz de haber logrado tal cosa.
Ella, quien no tenía mucha más experiencia que Shuhua, había hecho que aquella
mujer de carita suave y ojos brillantes alcanzara el orgasmo. Pudo sentir el
placer recorriendo el cuerpo contrario por los arañazos que marcaron la piel
desnuda de su espalda, y cómo su amante intentó gemir su nombre sin mucho éxito
porque se refugió en morder su hombro tras algunos segundos manteniendo la
espalda arqueada. Las piernas de la morena abrazaron la cintura de Yuqi y esta
permaneció quieta en el interior de la contraria, moviendo aún sus dedos, pero
sin tanto ímpetu.
Los espasmos que apretaban sus
falanges le parecieron tiernos y atractivos, y toda ella tembló de emoción y
excitación.
Para asegurarse de que alcanzara el
orgasmo, la rubia había estado deslizando la yema de su pulgar contra el
clítoris de la morena en movimientos circulares y constantes, movimientos que
se sintieron deliciosos en la mente de la joven por la cantidad de fluidos que
estaban humedeciendo sus labios íntimos y su vagina. Su cuerpo reaccionó a
todas y cada una de esas atenciones, su vello se erizó de nuevo y sintió sus
mejillas arder. Toda su cara quemaba, las orejas, la nuca, el pecho, su
entrepierna. Y nunca pensó que tendría tanta fuerza como para aferrarse con
tanto desespero al cuerpo de su amante en cuanto Yuqi le hizo ver las
estrellas.
Los labios de la china dejaron un
pequeño camino de besos que se paró entre los senos de Shuhua. Hicieron
contacto una vez más con la notoria cicatriz, una marca que se sentía suave a
pesar del relieve y su gran tamaño. Era una sensación extraña, Yuqi podía
percibir un cariño diferente que salía de su propio corazón —quería proteger a
esa mujer con todo lo que tenía, y se aseguraría de conseguirlo. De nuevo
sintió los dedos de la contraria entre sus hebras doradas, a lo que la china
abrió los ojos y buscó la mirada de la menor. Yuqi sonrió. Shuhua hizo lo
mismo.
—¿Cómo te sientes?— irguiéndose hasta
quedar de rodillas entre las piernas de su amante, la mayor apoyó con mucha
suavidad una de sus manos contra el pecho de la taiwanesa y añadió un: —está
latiendo muy rápido, deberías descansar— que dejó una expresión interrogante en
el rostro de la morena.
—¿Pero… y tú?— la diestra de Shuhua tomó
la mano que yacía sobre su pecho, buscó entrelazar sus dedos.
—Mi corazón está bien, no te preocupes—.
—N-No, me refería a… ya sabes— su voz
salió entrecortada, presa de la vergüenza y el no saber cómo expresarse —yo
también quiero hacerte el amor—.
—Oh, eso— las mejillas de Yuqi se
colorearon y una sonrisa tierna curvó sus labios —podemos hacerlo luego, cuando
te hayas recuperado—.
—Pero…— la menor intentó levantarse,
pero la rubia lo impidió de nuevo.
—Nada de peros— la china gateó hasta
tumbarse al lado de la taiwanesa, a la cual abrazó y apretó contra su cuerpo
para poder sentir su calor, su olor y su presencia —tenemos todo el tiempo del
mundo, ahora sí—.
—¿Me lo prometes?— preguntó ella,
queriendo asegurarse una vez más de que aquello no era un sueño.
—Te lo prometo—.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario