viernes, 8 de noviembre de 2019

Writing's on the Wall | Capítulo 12


Buenas tardes chinchillas redonditas, ¿todo bien?
Yo estoy tan resfriada que creo que me voy a morir mientras espero a que esta entrada se cargue por completo.
Han pasado dos años desde el último capítulo de WOTW. He tenido altibajos con esta historia, párrafos que no me convencían, diálogos demasiado vistos, situaciones algo ambiguas,... Debido a esto, y al trabajo que logré tener durante los meses de verano de este año, me he alejado bastante de esta historia; pero soy una mujer de palabra, y dije que no iba a dejar nada incompleto a no ser que hubiera una causa de fuerza mayor. Así que heme aquí, con un nuevo capítulo listo para todos vosotros.

¡Disfrutadlo!

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Si quieres leer, dale a...

CAPÍTULO 12

Unas suaves zarandeadas la despertaron. Alguien la estaba llamando, una voz suave y femenina. “Señorita, señorita” repetía una y otra vez. Hwayoung sentía su cuerpo pesado, sus ojos no querían abrirse y si no fuera porque tenía los pies helados habría seguido en esa posición unas cuantas horas más. La espalda le dolía mucho, notaba su piel tensa en ciertas zonas, como si algún líquido hubiera caído sobre ella y luego se hubiera secado con el paso de los minutos. Sangre, estaba manchada de sangre.

   —Señorita, despierte por favor— aquella voz lejana poco a poco fue volviéndose más cercana y fuerte, era la voz de Sohee. La menor frunció el ceño y entreabrió los ojos, el lugar no estaba demasiado iluminado —¿quiere que vayamos al hospital?—.

Ella negó como pudo, recordando poco a poco lo que le había dejado aturdida en la moqueta de su habitación. Adam la había pegado con la hebilla del cinturón varias veces, amenazándola con matarla si volvía a pisar ese hospital. ¿Cómo ir a que la curasen si se aseguraba una muerte segura? Prefería sufrir en silencio pero mantenerse viva.

   —No… el hospital no—.
            —Pero sigue sangrando, es mejor ir y…—.
            —¡Pues llama a un médico! Mucho contacto para cosas banales y a la hora de la verdad no se te ocurre pensar en llamar a un puto médico, ¡no es tan difícil!— Sohee se quedó atónita —maldita sea no me hagas pensar que te has vuelto imbécil de la noche a la mañana—.

Con la poca fuerza que le quedaba en las manos, Hwayoung se agarró a las sábanas de la cama y lentamente se puso en pie, notando un desagradable crujido en su espalda. No entendía de qué le servía tanta resistencia física si siempre acababa igual. A la próxima no se defendería y que Adam hiciera lo que más quisiera con ella, total, ya tenía a otra esperándolo en la cama.

Su cabeza dolía a horrores, sus manos estaban entumecidas y las piernas le flaqueaban. Las rodillas ya no sangraban pero tenía dos manchurrones de sangre seca; dolían tanto al doblarlas que apostaba que tendría dos bonitos moratones bajo esas manchas marrones. Los brazos tenían marcados con claridad la forma de la hebilla al igual que su pecho y parte del abdomen. Hwayoung quería llegar hasta el baño y verse en el espejo, pero haberse sentado en la cama ya había sido todo un logro, así que desechó la idea cuando al apoyar con fuerza una de sus manos sobre el colchón esta crujió. Su muñeca estaba completamente negra.

   —¿Piensas llamar a un doctor o vas a quedarte aquí de pie todo el día?— la contraria bajó la cabeza y tras una reverencia se fue de la habitación.

• • •

La campanilla que colgaba cerca de la puerta avisó a la dependienta de que alguien había entrado en la floristería. Hacía varios años que una jovencita de cabellos castaños y notorias mejillas redondas se encargaba del negocio. No podía quejarse, le había ido bastante bien hasta la fecha, y su naturaleza divertida y simpática le había ayudado bastante a hacerse amiga de la gente del barrio, especialmente de la gente mayor. Nadie sabía cómo había llegado hasta Seúl, su acento era muy distinto al de la ciudad y tampoco solía hablar de su familia o de su lugar de nacimiento. Simplemente de un día para otro la floristería apareció y las cosas comenzaron a ponerse más coloridas y alegres en el barrio.

   —¡Shinhye!— su chillona voz hizo acto de presencia, sonriéndole a la recién llegada mientras se ataba el delantal de color verde.
            —Hola Wheein—.
            —¿Vienes a buscar tu encargo?—.
            —Sí, pero me gustaría añadir una cosa más, no sé si es posible tenerlo para hoy—.
            —Dime de qué se trata y veré qué puedo hacer—.
            —Me gustaría tener dos ramos iguales— la doctora suspiró algo apenada —sé que debería haberte avisado con tiempo pero lo decidí sobre la marcha y cuando me di cuenta ya había entrado—.
            —Hoy parece que será un día tranquilo, así que si no tienes prisa te lo puedo preparar ahora. ¿Quieres pasar tras el mostrador? Puedes esperar sentada ahí atrás—.
            —No gracias, paso demasiadas horas sentada en mi despacho así que prefiero mirar tus flores y plantas, me ayudan a relajarme—.
            —¿Verdad que sí?— aseguró la joven con una gran sonrisa marcada en el rostro —procuraré no tardar mucho—.
            —Tómate tu tiempo, hoy tengo el día libre—.
            —Deben ser muy importantes para ti— comentó la muchacha más joven, empezando a preparar el ramo mientras mantenía el otro dentro de un jarrón con agua fresca, evitando así que las flores se marchitaran antes de tiempo.
            —¿Quiénes?—.
            —Las personas a las que vas a visitar al cementerio—.
            —Digamos que me siento en deuda con ellas—.
            —Cuando vi la noticia en televisión sobre tu arresto no me lo quise creer, no me cabe en la cabeza el por qué dijeron eso de ti, ¿qué fue lo que pasó?—.
            —Hay gente que está dispuesta a hacerte daño incluso si pides de rodillas que te dejen en paz. Alguien que apreciaba me tendió una trampa, y ya conoces nuestra sociedad, llena de prejuicios y estupideces— porque sí, muy en el fondo Shinhye apreciaba a Hwayoung.
            —Mira, si una cosa me ha enseñado la vida es que el karma siempre devuelve el golpe, y esa persona que ha querido hacerte daño va a recibir su merecido tarde o temprano—.

La doctora torció los labios en una mueca extraña; el comentario de Wheein no era el más acertado, pero la mayor sabía que esta no lo decía con mala intención, así que lo dejó pasar.

• • •

Tras guardar las maletas en el compartimento superior, Jinri y Sunhwa se sentaron en sus asientos correspondientes. No hacía demasiadas horas que la menor se había despedido de sus ruidosos vecinos pero parecía ser que debería pasar con ellos una temporada más. Esperaba con todas sus fuerzas que explicándoles la situación los padres lograran hacer callar a los niños, pues el mal humor que cargaba su hermana mayor cuando un crío la despertaba era para asustarse.

   —A ver si lo he entendido… ¿le dijiste que nunca la has amado de verdad? ¿Se te ha ido la olla o qué te pasa?—.
            —Solo le dije la verdad—.
            —¿La verdad? Esa no es la verdad, Sunhwa no debiste decirle eso—.
            —Pero lo hice. Era lo mejor que podía hacer, debo asegurarme que no me buscará—.
            —Por el amor de Dios, harás que me vuelva loca. Es todo tan surrealista—.

“Señores pasajeros les habla el capitán Kim. Dentro de unos minutos partiremos hacia el Aeropuerto Internacional de Chicago-O’Hare, les agradecemos su confianza y esperamos que disfruten del vuelo. Muchas gracias”.

   —Aquí nadie se va a volver loca, es solo que…— una cruda y violenta tos interrumpió las palabras de la mayor. De camino al aeropuerto Sunhwa no había dejado de toser, Jinri creía que simplemente se había resfriado pero cuando se fijó más en la mano de su hermana y vio sangre en esta, se asustó. Eso no era para nada un resfriado —dame un pañuelo, por favor—.
            —Sunhwa… ¿qué tienes en realidad?—.
            —Cáncer de pulmón—.

• • •

Shinhye había pasado bastante rato frente a la tumba de Hyoyoung, explicándole como siempre su tan ajetreada semana. Parecía que ese día no iba a encontrarse ni a Hwayoung ni al asqueroso de su prometido. Tras dejar las flores en la tumba de la menor, se dirigió a la de Jinmyung, quedándose largos minutos en silencio frente a esta. Rascó su nuca; se sentía nerviosa y perdida, cansada. Notaba que la poca energía que le quedaba poco a poco iba desapareciendo, y cuando se dio cuenta se encontraba frente a la casa de Taeyeon.

   —No te esperaba— comentó la susodicha, suspirando frustrada como si la doctora le hubiera interrumpido algo importante.
            —¿Molesto?— Shinhye cerró la puerta —necesito tu ayuda—.
            —Todos necesitamos ayuda— la pequeña mujer volvió a suspirar, parecía que no había dormido demasiado bien. Las ojeras bajo sus ojos dejaban claro que había pasado una mala noche —¿qué necesitas?—.

Shinhye miró de forma disimulada a su alrededor, todo parecía estar en su sitio a excepción de una cosa: no había fotografías. La última vez que había estado en casa de Taeyeon recordaba que había varias fotografías en la estantería cercana al piano, una de grande colgada en la pared que quedaba encima del televisor, algunas sobre un mueble que quedaba en la pared del pasillo y otra cerca de un jarrón que siempre estaba lleno de rosas frescas. La rubia era aficionada a la fotografía, así que era muy normal verla con su cámara cuando no tenía casos que atender.

   —¿Y bien?— la doctora dio un pequeño brinco cuando escuchó la voz de la mayor.
            —Noto la casa algo… diferente—.
            —Eso ya lo sé. No creo que hayas venido para enseñarme tus grandes dotes de deducción—.
            —Es sobre Chadol, necesito que me aclares algunas cosas sobre su custodia—.

La contraria no dijo nada, solo dio media vuelta y se dirigió a su despacho. Ni siquiera ahí tenía fotografías, a Shinhye le sorprendió que, ahí donde solía haber la fotografía de la boda entre Taeyeon y Sunhwa, ahora hubiera un bote de pastillas.

   —¿Estás tomando ansiolíticos?— la mujer reconocía la etiqueta de color rojo —¿no te encuentras bien?—.
            —¿Qué quieres saber sobre la custodia de Chadol?— Taeyeon ignoró la pregunta de Shinhye respecto a su medicación —no tengo demasiado tiempo así que vamos—.

Taeyeon no estaba bien, se le notaba en sus gestos, en su manera de hablar. Bajo sus ojos, rojos de no dormir, tenía unas profundas ojeras, oscuras y aterradoras. La mujer bajita iba vestida con una larga camiseta blanca y su cabello estaba recogido en un moño hecho de cualquier manera; sus mechones brillaban con un ligero toque aceitoso, probablemente no se había lavado la cabeza desde hacía un par de días, o quizás era toda ella la que no había tocado el agua en semanas. La abogada desprendía un olor extraño, molesto, ahogado; sus pómulos se marcaban en las mejillas haciendo que estas lucieran desnutridas y fantasmagóricas. Toda ella parecía una muerta en vida.

Su mirada, que siempre tenía un brillo jovial y muy característico, estaba vacía, triste, oscura. Su labio inferior lucía marcado por habérselo mordido por rato e incluso sus uñas estaban descuidadas. La mujer estaba hecha un desastre, y Shinhye no sabía qué debía hacer para que ésta reaccionara y viera que más tiempo así sería contraproducente tanto para su propia persona como para el resto de gente que la rodeaba. Sinceramente, la doctora dudaba que la contraria se hubiera presentado siquiera al trabajo.

Algo dentro de ella le hacía sonar una alarma, un aviso de que debía ayudar a esa pequeña mujer, ¿pero cómo? Nunca había visto a Taeyeon tan reacia al contacto humano y por mucho que lo intentara lo único que lograba eran gritos o que la mujer cambiara radicalmente de tema. Quizás no había sido el mejor día para ir a preguntarle sobre un tema tan delicado como lo era la custodia de su hijo. Sin embargo, la doctora intentaba pensar también en ella y en su familia, y cada segundo que pasaba lejos del menor le dolía en el alma. Nada, debería escoger otro día para preguntarle más sobre el tema.

Shinhye salió de esa casa con más dudas de las que tenía al haber entrado; suspiró, ¿cómo se suponía que iba a convencer a aquél hombre de que le dejara más tiempo con Chadol? Se sentía insignificante como persona, inútil como doctora y patética como madre. Pasar el día en casa tan solo le hacía recordar lo mucho que extrañaba a su hijo, e ir sus días libres al hospital solo provocaría más rumores estúpidos, así que terminó dando un paseo por la ciudad mientras se iba poniendo el sol. Taeyeon vivía algo lejos del centro, por lo que la caminata cansó lo suficiente a la doctora como para sentarse en un banco de piedra que encontró tras haber llegado justo al centro de Seúl. Fue cuando metió las manos en sus bolsillos que se encontró con una pequeña tarjeta de color negro y con letras doradas; en ella había escrita una fecha y una dirección.

   —Dos de enero…— miró la pantalla de su teléfono móvil —pero si es hoy—.

La tarjeta no daba muchos más datos, solo los suficientes para que la persona que la leyera sintiera curiosidad por el ambiente de la mansión donde parecían hacerse ese tipo de fiestas. Recordó a la enfermera que se la dio, Mido parecía totalmente en shock, lo que le hizo pensar seriamente si ir o no. Justo en ese momento su móvil se puso a vibrar.

            —¿Jangmi?— la joven que la llamaba quería saber si podrían cenar juntas esa noche, pero Shinhye tenía otra idea —¿me acompañarías a una fiesta a la que me han invitado? Podríamos hablar mientras tomamos un par de copas… necesito despejar un poco la mente—.

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