viernes, 5 de febrero de 2021

Red Moon | Capítulo 7


Buenas noches estrellas bonitas, ¿todo bien?

Estos días me he sentido bastante inspirada y no quería perder la oportunidad de avanzar todas mis historias. El nuevo capítulo de "Red Moon" se debe a esto, no hay más secreto.

¡Disfrutadlo!

Capítulo 6 | Capítulo 7 | Capítulo 8

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CAPÍTULO 7

Si bien la reina consorte había mantenido una expresión seria, casi de enojo, durante parte de la cena de bienvenida, esta no podía negar que el palacio del rey de Hanseong era bello e inmaculado. Un edificio enorme con grandes columnas en su interior decoradas con detalladas estructuras en forma de dragón dorado, así como estatuas de imponentes leones en cada entrada y salida. Las expresiones feroces de aquellas criaturas parecían querer transmitir que el rey tenía ojos sobre todos los que se acercaban a su inmenso palacio, es más, incluso sobre su propio pueblo, el cual vivía a la sombra del monarca como si los habitantes fueran simples peones que el rey podía mover a su antojo. Tristemente aquello no distaba demasiado de la realidad. La vida de los pueblerinos poco o nada le importaba a quien los gobernaba, este ya tenía suficiente con sus propias locuras y paranoias.

   —¿Se están divirtiendo?— la voz grave del rey dirigiéndose a los señores de Ayutthaya llamó la atención de estos, los cuales asintieron con una sonrisa cortés en el rostro tras la traducción apresurada que su hija hizo para que pudieran entenderse —les quiero agradecer su presencia en mi boda—.
            —Gracias a vos por habernos invitado— el monarca de Ayutthaya habló en un tono calmo, dándole tiempo a Chonnasorn —nuestros territorios deberían permanecer unidos y esta es la mejor oportunidad para hacer un tratado, ¿no cree?—.
            —¿Ven a esa mujer de ahí?— el anfitrión de la boda ignoró las palabras del rey Ramrachathirat al tiempo que señalaba a una bella joven que permanecía cabizbaja y ausente —ella es la heredera de la dinastía Ming, se llama Tingyan. Si les soy sincero creo que ella es más hermosa que su hija así que quizás deberían cambiar puestos con el emperador Hongwu y su esposa para que estos se sentaran a mi lado, ¿qué les parece?— la sonrisa burlona y los ojos rojos del monarca indicaban que se había sobrepasado con el alcohol. La lengua dormida y pegada a su paladar tampoco ayudaba.
            —¡¿Cómo osa?!— el grito que la reina consorte soltó después de escuchar a su hija traducir al contrario fue bastante notable, no obstante, este quedó opacado a causa de la música que captó la atención de los presentes.

La princesa Chonnasorn solo pudo expresar su desorientación y duda con una cara un tanto extraña, sintiéndose perdida por las recientes declaraciones del monarca anfitrión. No le molestaba que pensara así de ella, pero no podía negar que fue todo demasiado repentino como para no sentirse confundida. No se atrevió a traducir el grito de su progenitora.

Nadie se percató de la reacción de aquella mujer debido a los versos de pansori que empezaron a resonar por todo el patio de armas. La voz proyectada de Miyoung, junto con los golpes acompasados de tambor por parte de Heejung, captaron la atención de los presentes en la boda, logrando que estos dejaran de conversar. En el momento en el que las hijas de la viuda Kim se quedaron en silencio, un golpe metálico hizo eco en todo el lugar. Lo único que se escuchaba era el repiqueteo de la madera consumiéndose en las hogueras que iluminaban a ambos lados del patio; de vez en cuando, alguna copa que se llenaba de vino de arroz acompañaba al eco nocturno. La respiración ajetreada del rey de Hanseong, quien parecía que iba a saltar de su asiento en cualquier instante para gritar y reír como un loco, logró colarse en los oídos de los presentes que permanecían sentados cerca de él.

 Sin embargo, el monarca no se movió de su asiento; en su lugar, se acercó a Soyeon y le susurró las siguientes palabras:

   —Prepárate para ver el espectáculo más bello y feroz de estas tierras—.

El ruido metálico volvió a escucharse y la hoja de una espada quedó clavada en la tierra fría entre dos baldosas de forma irregular, justo en el centro de patio; Seunghee fue quien la enterró, soltando el mango del arma lentamente al tiempo que daba lentos pasos hacia atrás. Miyoung empezó a cantar de nuevo al tiempo que los tambores y un gayageum acompañaban los cánticos de la muchacha.

Detrás del rey quedaba una de las puertas que daban acceso al vestíbulo trasero del palacio; de ahí mismo comenzaron a salir varias muchachas vestidas con largos ropajes de color rojo, las cuales rodearon a Seunghee para acompañarla en la danza de las espadas. El suelo que las jóvenes pisaban estaba ligeramente húmedo por las lluvias del día anterior, y los bordes de sus largos trajes empezaron a ensuciarse a medida que daban vueltas sobre sí mismas, siguiendo un compás cada vez más ligero y rápido. Las bailarinas se movían con tanta soltura y profesionalidad que daba la sensación de que flotaban; solo las manchas oscuras de la tierra húmeda en sus calzados desmentían esa ilusión óptica.

La muchacha que guiaba al resto de bailarinas se movía con la misma fluidez que el agua de aquél río cercano al mercado, un constante flujo transparente y hermoso que brillaba con la luz de las hogueras. No pasó demasiado tiempo antes de que la luna, tímida, blanca y prácticamente redonda, saliera de entre las nubes e iluminara gran parte del patio, creando un contraste de colores intenso y delicado. Quien se fijara bien en Seunghee, podría incluso percibir el aliento condensado que salía de su boca con cada movimiento fuerte y a la vez femenino; seco y a la vez sinuoso. La diestra de la castaña acarició el mango de la espada para seguidamente agarrarlo de manera firme y tirar hacia arriba con fuerza, haciendo que el arma saliera proyectada varios metros hacia el manto de nubes nocturnas. Los presentes no pudieron sino soltar exclamaciones de sorpresa al presenciar la fuerza sobrehumana que parecía poseer la mujer.

Durante los segundos en los que la espada bailó sola en el cielo, la joven dio vueltas sobre sí misma con los brazos extendidos; saltando e interactuando con otras bailarinas con el único propósito de distraer al público y al monarca. Seunghee esperaba que después de eso, el rey la dejara en paz al menos por unos cuantos meses.

   —¿Verdad que es maravillosa?— susurró el soberano anfitrión al oído de Soyeon, manteniendo una sonrisa en su rostro que bien podía pasar por la de un niño ilusionado.
            —Lo es— confirmó la joven de cabellos negros en un tono de voz igual de bajo que el del mayor —e-es…— el pinchazo que sintió en su corazón cuando sus ojos se cruzaron con la mirada feroz de Seunghee, la dejó sin habla.
            —Perfecta— dijo el rey, terminando la frase de la contraria.

La devoción que sentía el monarca por la muchacha que bailaba entre espadas alcanzaba límites que ninguno de sus consejeros lograba comprender. Ni siquiera los invitados en la boda podían hacerse una idea del por qué aquella joven de lacios cabellos castaños y mirada penetrante bailaba frente a ellos, teniendo en cuenta que era una pobre pueblerina. Varios de los presentes mostraron su descontento nada más supieron que una de las entretenciones que había escogido el rey para su boda, se trataba de un baile hecho por una simple vendedora de pieles, alguien de origen humilde.

No obstante, nadie podía negar que la muchacha parecía tener un don para ese tipo de cosas.

La mano izquierda de la bailarina agarró la espada en cuanto el arma descendió, y apoyó el filo de esta sobre su otro brazo, el cual extendió y dejó tenso; seguidamente pasó la punta de la hoja entre sus dedos en un agarre sólido y delicado. Seunghee sujetó la espada y se quedó quieta en esa posición por unos segundos, liberando la hoja de sus falanges en un gesto que dejó un pequeño corte en la cara interna de su índice. La joven no sintió nada, pero ver la sangre bajando lentamente por su dedo la molestó de sobremanera. Sus movimientos comenzaron a ser menos elegantes y más salvajes, más intensos. El rey aplaudía, chillaba y cantaba, obligando a que los invitados y el resto de personal presente en la boda hicieran lo mismo, o que al menos lo intentaran porque no había compás alguno en sus cánticos.

Todos lo hicieron, todos menos la esposa del rey Ramrachathirat, quien se negó a seguirle el juego a quien había insultado a su hija llamándola poco agraciada. Orgullosa y tozuda como nadie, la reina consorte no quiso darle el placer al anfitrión de aquella ciudad, no hasta que este se disculpara por las palabras que había pronunciado antes de que el baile empezara.

   —Majestad— masculló la mujer, mirando de manera fija al monarca ebrio —debería pedirle perdón a mi hija—.
            —Madre— Chonnasorn se apresuró a interrumpir a su progenitora, quien estaba a nada de alzarse y encarar al hombre —por favor, siéntese—.
            —¿Vas a permitir que te llamen así? Da igual quien lo haya dicho, no tiene derecho—.
            —Está haciendo un espectáculo por nada, de verdad— la princesa de Ayutthaya tiró de las largas mangas que cubrían los brazos morenos de la mayor y la miró con cierto pánico; sus pupilas temblaban —pueden hablar de esas cosas en privado, pero ahora siéntese y disfrute de la cena— la joven desvió la mirada nada más ver los ojos rojos del rey de Hanseong, asustada por la sonrisa extraña marcada bajo aquél bigote espeso de color negro —su majestad incluso consiguió comida de nuestro país, no sea desagradecida—.

La mujer finalmente cedió a las súplicas de su hija al ver que, efectivamente, varios presentes la estaban mirando con cara de confusión; es más, la reina consorte incluso alcanzó a identificar alguna que otra mirada inquisitoria.

El sonido de un daegeum llamó la atención de los monarcas de Ayutthaya así como de su hija; Seunghee había vuelto a captar la atención de todos cuando sus largos dedos comenzaron a deslizarse por encima de los agujeros del instrumento, creando una larga y pausada melodía que contrastaba con el ritmo más alegre que mantenían las hijas de la viuda Kim. Los sonidos se mezclaron de una manera tan natural que más de un invitado se sintió con la suficiente confianza como para acomodarse mejor en su asiento, entre cojines de seda dorada y platos cargados de comida. Los asistentes rodeaban el patio de armas en forma de cuadrado, todos estratégicamente colocados y con cierto espacio entre unos y otros.

Las bailarinas fueron menguando sus movimientos hasta quedarse prácticamente quietas en un punto concreto del escenario, moviendo sus brazos con lentitud y en silencio. Nadie se atrevía a hablar por miedo a romper la atmósfera etérea que se había creado gracias al espectáculo de espadas y música.

No obstante, cuando Seunghee dejó de tocar y volvió a abrir los ojos, un brillo dorado, fuerte y penetrante resplandecía en estos con tanta intensidad que era imposible no verlo; aquello provocó que Soyeon se aferrase al brazo de su esposo, el general Jeon, quien simplemente había permanecido callado y bebiendo desde que había empezado la cena posterior a la boda del rey. La esposa de este había estado haciendo lo mismo, dando pequeños sorbos al licor de arroz en un silencio sepulcral el cual no se atrevía a quebrar por miedo a que su nuevo esposo fuera a degollarla con la misma facilidad con la que fue cortando cabezas a esas pueblerinas sospechosas de ser sus hijas. La reina Sindeok solo se había atrevido a mostrar ciertos gestos y calidez humana en cuanto alguien se dirigía personalmente a ella para felicitarla por su boda.

   —Maravilloso, ¡maravilloso!— gritó el monarca de Hanseong en cuanto todos se quedaron en silencio y la música dejó de sonar —¡ha sido maravilloso!— sus aplausos fuertes hicieron un sonido hueco cada vez que unía sus manos para demostrar su emoción por una función bien hecha. El resto de presentes hicieron lo mismo para contentarlo.

Las bailarinas y músicos hicieron una reverencia frente al monarca; las hijas de la viuda Kim regresaron a sus puestos y Seunghee se retiró lentamente tras quedarse sola en el patio de armas.

   —Majestad— la esposa del rey de Ayutthaya volvió a llamar la atención del monarca anfitrión, aprovechando que el espectáculo había terminado y los invitados presentes regresaban a las conversaciones que habían dejado a medias antes del baile —con todo el respeto, realmente creo que debería pedirle perdón a mi hija—.
            —¿Qué es lo que dice?— el rey de Hanseong se dirigió a la princesa Chonnasorn. La joven temblaba bajo sus largos ropajes de colores exóticos y temía que las cosas acabaran mal por culpa de la insistencia de su madre; no obstante, tradujo las palabras de su progenitora.
            —Dice que debería disculparse conmigo por sus palabras de antes… ¡p-pero no es necesario!— las conversaciones entre la mujer tailandesa y el hombre coreano habían avanzado a paso de tortuga a causa de la barrera lingüística y la paciencia de la que carecía el monarca —por favor majestad, discúlpela, está cansada del viaje y…—.
            —No pasa nada— el rey anfitrión se levantó de su asiento y agarró la espada del general Jeon, quien se había ausentado a sus aposentos junto con su esposa cuando la función terminó. Él siempre dejaba la espada al lado del rey por si este la necesitaba, ese era su servicio a la corona —si ella quiere que me disculpe, lo haré, ¡por supuesto que lo haré!— el monarca se acercó a la princesa Chonnasorn y alzó la espada manteniendo una expresión desencajada en su rostro. Sus pupilas pequeñas y la sonrisa de demente se intensificaron con la luz de las hogueras cercanas a su posición —¡por supuesto que lo haré!—.

Un grito ahogado salió de la garganta de la joven tailandesa al tiempo que esta se cubría la cabeza con ambos brazos; estaba aterrada. La muchacha cerró los ojos con fuerza esperando el ataque del monarca cuando escuchó un sonido metálico cerca de su cabeza y un silencio sepulcral adueñándose del lugar. Temiendo aún por su vida, la princesa Chonnasorn abrió los ojos y alzó la mirada, encontrándose con el filo de la espada que sujetaba el monarca muy cerca de su rostro; sin embargo, otra espada paró el golpe.

La muchacha de piel más oscura reconoció a la mujer que la había protegido del golpe, era esa misma chica que había bailado en el patio de armas no hacía demasiados minutos. Los gritos que comenzaron a escucharse después de que la esposa del rey Ramrachathirat se pusiera a chillar y a blasfemar alborotaron al resto de invitados, consejeros y personal del palacio. Soyeon y su esposo regresaron al patio de armas después de escuchar el barullo, solo para encontrarse al rey de Hanseong riendo y gritando mientras daba saltos y estocadas erróneas en dirección a Seunghee.

   —¡Soldados!— la grave voz del general Jeon resonó por el patio de armas —¡apresad a esa mujer, está atacando a vuestro rey!—.
            —¡No es cierto!— gritó la muchacha de cabellos castaños en un intento por defenderse —¡él atacó a la princesa de Ayutthaya! —.
            —¡Mientes!—.

Los invitados se alejaron lo más que pudieron del patio de armas, amontonándose contra los muros de piedra y madera que rodeaban el sitio para evitar intrusos. Seunghee siguió rechazando los golpes de espada con estocadas fuertes que hacían rebotar ambas hojas y fue dando pasos hacia atrás hasta verse lo suficientemente lejos de los monarcas invitados, a los cuales gritó y les hizo gestos con la mano para que se refugiaran dentro del palacio. Para su mala suerte, distraerse ese instante para asegurarse de que aquella familia la había entendido hizo que terminara con la hoja de la espada del general Jeon clavada en su hombro.

Seunghee no gritó, ni siquiera se quejó. Contrario a lo que pensó el rey, este no obtuvo reacción alguna por parte de la mujer, lo que hizo que retirara la espada y la tirara al suelo, molesto y enfadado.

            —Encargaos de ella— ordenó el monarca —la fiesta se acabó, que se largue todo el mundo—.

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